Las matemáticas detrás de la Matrix
Nick Bostrom, de la Universidad
de Oxford,
expone las bases científicas para la creación de una experiencia humana
totalmente simulada y explora las posibilidades de que vivamos dentro de
una simulación computarizada generada por seres del futuro
Una simulación computarizada
suficientemente poderosa sería indistinguible de la realidad para
nuestro cerebro. En un universo tan vasto como el nuestro, es probable
que llegue a existir un poder computacional capaz de realizar dicha
simulación. Así que en teoría es plausible que habitemos en una
simulación sin poder saberlo (salvo por métodos no ordinarios de
conocimiento).
La historia de Siddartha narra que
antes
de la iluminación este joven brahmán —que lo mismo experimentó el
ascetismo que participó en épicas farras (sexo, drogas y gnosis)—
descubrió que la realidad que percibimos es una ilusión (samsara o maia)
y a partir de esto, sine qua non, pudo alcanzar un estado de
conciencia elevada. Es muy probable que si los viejos textos de la
India tuvieran conceptos como simulacro, computación, animación,
holograma, esta ilusión habría sido descrita en estos términos. No es
casualidad que la diosa Maia, la diosa de la ilusión en la cosmogonía
hindú, se haya transformado en nuestro actual concepto de la Matrix —un
trazo etimológico de ciencia ficción que convierte la ilusión de la
materia en el sueño de la mente. Quizás no sea insignificante que en
Grecia, Maia, ascendida a las Pléyades, sea la madre de Hermes, el
hacker por antonomasia, el Neo histórico, que en su cuerpo esotérico
deja las llaves para escapar de la Matrix.
Pero más allá de la especulación
mítico-religiosa, esta simulación computarizada intuida por el
misticismo encuentra actualmente su soporte teórico en las matemáticas y
en la filosofía de la ciencia.
Nick Bostrom, director del Instituto
para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford, explora de
manera fascinante en su trabajo seminal “Are you living
in a computer simulation?” la
posibilidad de que vivamos en una simulación computarizada.
La tesis de Bostrom plantea básicamente
que si en el futuro, según suponen muchos científicos y futuristas, es
posible que existan grandes cantidades de poder computacional, quizá
estas generaciones futuras realicen simulaciones detalladas de sus
ancestros en sus supercomputadoras. Simulaciones realizadas con dicho
recursos permitirían personas simuladas conscientes que serían
suficientemente finas y contarían con conocimientos avanzados del
funcionamiento de la mente para simularla. El poder computacional de
estas generaciones futuras les permitiría realizar miles y miles de
simulaciones por lo cual se podría suponer que la vasta mayoría de las
mentes no pertenecen a la raza original sino a la raza “simulada”.
Bostrom fundamenta su teoría en la
idea
de la “independencia de substrato”, según la cual los estados mentales
pueden producirse en una amplia clase de substratos físicos. “Si un
sistema implementa las estructuras y procesos computacionales correctos
puede ser asociado con experiencias conscientes. No es una propiedad
esencial de la consciencia ser implementada en una red bioneuronal
basada en el carbón dentro de un cráneo: en un principio procesadores
basados en el silicio dentro de una computadora podrían hacer el truco”.
Para reproducir experiencias
subjetivas
solo se necesitaría replicar los procesos computacionales estructurales
del cerebro humano al nivel de sinapsis individuales. Computadoras
cuánticas, computadoras de materia nuclear o de plasma, podrían en
teoría replicar estructuralmente estos procesos cerebrales a
microescala.
Una maduración tecnológica haría
posible
convertir planetas enteros en poderosas supercomputadoras. Una
civilización posthumana con estas capacidades podría descubrir nuevos
fenómenos naturales y trascender los paradigmas actuales de la física.
Actualmente se calcula que el poder
computacional del cerebro humano es de f ~10^16-10^17
operaciones por segundo. Simular el medio ambiente además de la mente,
requeriría poder computacional adicional. Aunque simular el universo
entero a un nivel cuántico es prácticamente imposible según nuestros
conocimientos actuales, realizar un simulación realista de la
experiencia humana no serían imposible para una civilización posthumana.
Especialmente si se toma en cuenta que esta simulación solo requeriría
generar un ambiente en el que los humanos simulados no noten
irregularidades en su diseño. La estructura microscópica dentro de la
Tierra podría ser omitida. Objetos astronómicos distantes podrían ser
representaciones altamente comprimidads: la verosimilitud se extendería a
la angosta banda de las propiedades que podemos observar desde nuestro
planeta o desde una nave dentro de nuestro sistema solar y a nuestra
limitada capacidad de percepción sensorial. Algunos objetos o ambientes
podrían ser simulados ad hoc para ahorrar poder computacional,
de la misma forma que dentro de los videojuegos modernos a veces el
usuario se mueve más rápido de lo que la tarjeta de video tarda en renderear
el escenario. Esto podría explicar fenómenos engañosos dentro de la
física cuántica como por qué las partículas tienen una posición
indeterminada hasta que son observadas e incluso las percepciones
místicas y psicodélicas (que en lenguaje de programación podríamos
llamar glitches o loops) en las que se entreve la
naturaleza de simulación o el código mismo con el que se ha realizado el
simulacro. (Curiosamente el detector GEO600 del Fermi Lab, buscando
ondas gravitacionales, se encontró con un punto donde el espacio-tiempo
deja de comportarse como un continuum suave y fluido y se disuelve en un
grano o, en otras palabras, se pixelea. Esto ha llevado a algunos
físicos a formular
la teoría de que el universo en el que vivimos es una
holograma, y lo que experimentamos, en 3D, es la proyección de algo
que está sucediendo en una lejana superficie bidimensional.
Por otra parte, un simulador
posthumano
tendría suficiente poder computacional para rastrear a detalle las
creencias y los estados mentales de todos los cerebros humanos en todos
los momentos. De esta forma podría saber si un humano está por hacer una
observación del mundo microscópico o de algún aspecto de la simulación
que no es simulado permanentemente y llenarlo con suficiente detalle en
el momento de la observación según sea necesario. Si algún error
ocurriera, el director de la simulación podría editar los estados
cerebrales antes de que se den cuenta de la anomalía y echen a perder la
simulación. Aunque la misma simulación podría en su programación
permitir a algunos humanos, según ciertos algoritmos condicionales,
observar la naturaleza del mundo en el que viven. Incluso es posible que
los mismos simuladores —a la manera de Avatar— participen veladamente
dentro de la simulación para impedir que los humanos simulados descubran
el simulacro o quizás para dirigir el orden de las cosas hacia un
estado deseado.
Bostrom calcula que ~10^33 –
10^36 operaciones por segundo serían suficientes para simular
la historia entera de la humanidad, aunque para un estimado más preciso
es necesario obtener una mayor experiencia en los mundos de realidad
virtual. Una computadora con la masa de un planeta puede realizar 10^42
operaciones por segundo y eso asumiendo que se contara apenas con
los diseños nanotecnológicos ya conocidos. Un sola computadora podría
simular toda la historia mental de la humanidad usando solo una
milloneésima parte de su poder computacional. Una civilización
posthumana podría construir grandes cantidades de estas computadoras
planetarias, por lo cual podrían estar corriendo numerosas simulaciones a
la par.
Adicionalmente a las simulaciones de
ancestros, se podrían estar realizando simulaciones más selectivas que
incluyen grupos pequeños de humanos o incluso un solo individuo (de
forma similar al experimento realizado en el libro A Maze of Death
de Phillip K. Dick). El resto de la humanidad estaría compuesto por
zombies holográficos —simulados a un nivel suficiente para que las
personas totalmente simuladas no descubran que hay algo sospechoso.
Estas mentes parcialmente simuladas estarían programadas exactamente con
la misma información que los humanos completamente simulados para
responder a la visión del mundo y a las experiencias de “los personajes
principales”, creando la más aterradora pesadilla ontológica solipsista.
“Si estamos viviendo en una
simulación,
entonces el cosmos que estamos observando es apenas un pedazo pequeño de
la totalidad de la existencia física. La física en el universo donde la
computadora está situada puede o no corresponder a la física de la
simulación que genera esta computadora. Aunque el mundo que vemos es en
cierta forma ‘real’, no está localizado en el nivel fundamental de la
realidad”, dice Bostrom.
Aún más espectralmente cautivador, una
civilización posthumana podría generar sus simulaciones con computadoras
construidas en mundos simulados. Estas máquinas virtuales podrían a su
vez simular otra máquina virtual y así sucesivamente con numerosas
iteraciones (fractales digitales del diseño holográfico). Si esto es
así podríamos sospechar también que los seres que operan nuestra
simulación son también simulaciones y sus creadores también simulaciones
y así sucesivamente, cuasi ad infinitum (el laberinto de la
máquinas autorreplicantes y de la realidad fantasmagórica).
(Por si esto fuera poco, programas de
inteligencia militar en Estados Unidos han desarrollado tentativamente
el plan de crear una simulación dentro de la simulación VER LOS PLANES PARA LA
MATRIX DE LA VIDA REAL)
Los posthumanos operando una
simulación
serían como dioses en relación con las personas habitando la simulación:
“los posthumanos crearon el mundo que vemos; tienen inteligencia
superior; son omnipotentes en el sentido en el que pueden interferir en
el proceder de nuestro mundo incluso en formas que violan nuestras leyes
físicas; y son omniscientes en el sentido en el que pueden monitorear
todo lo que sucede”. Lo simuladores podrían ser no solo los dioses de
nuestra historia mental pasada, sino los extraterrestres de nuestro
futuro. Los arcones de la filosofía gnóstica, reguladores planetarios
que controlan el destino de un mundo el cual han imbuido con su
personalidad. Los reptileanos de la cosmogonía new age, los guardianes
de la Matrix. Es más, los dioses podrían ser computadoras, sistemas de
información como la supercomputadora cósmica del futuro de Phillip K.
Dick, VALIS, la cual proyecta una realidad holográfica que nos hace
pensar que la historia sigue su curso cuando en realidad el mundo llegó a
su fin.
En un mundo simulado tendríamos que
considerar que nuestras acciones podrían ser recompensadas o castigadas,
acaso bajo el criterio moral de los simuladores, el cual puede estar
embebido en el código de la simulación de manera ubicua y uniforme.
Nuestras acciones podrían determinar lo que nos sucede dentro de la
narrativa de la simulación, no necesariamente por una decisión
arbitraria de un dios del la simulación, sino por el mismo algoritmo de
la simulación, una especie de coeficiente matemático kármico que toma en
cuenta toda la computación del universo-simulacro de forma no-local
(similar al concepto de los registros akashicos) y recrea
permanentemente ese universo-simulacro conforme a la interacción de
nuestras acciones con el código del simulacro. De esta forma todo lo que
hacemos estaría indisociablemente ligado con toda la simulación: el
universo entero respondería reprogramándose para continuar con alta
fidelidad nuestra narrativa dentro del simulacro, lo que explicaría la
sensación de interconexión total, las sincronicidades y demás
descripciones de la mística ancestral y de la física cuántica actual. En
este sentido, es posible concebir una vida después de la muerte en el
simulacro: el despertar de la conciencia búdica o la iluminación podría
ser una operación matemática. El punto en el que la simulación calcula
que el ser simulado ha logrado realizar cierta cantidad de operaciones,
lo cual puede traducirse en un coeficiente o puntaje ligado a su
capacidad de generar por sí mismo otras simulaciones —esto es, un modo
de la simulación de autorreproducirse hasta el infinito. “No puedo
entender lo que no puedo crear”, decía el brillante físico Richard
Feynman. En este sentido entender que se vive en una simulación y crear
una simulación son parte del mismo proceso, cuya analogía más clara
probablemente sean lo sueños lúcidos: cuando una persona descubre que
está soñando, en ese mismo momento se da cuenta de que puede crear lo
que le sucede dentro de ese sueño.
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