La poética vida del monje Ikkyu Sojun; Alejado de los patrones habituales de la vida monástica, el monje poéta Ikkyu Sojun encontró en el sexo y las tabernas la inspiración poética necesaria para celebrar los dones y las ofrendas de la vida.
La variante zen del budismo ha sido
una de las más interesantes para el pensamiento occidental,
especialmente porque parece representar una antítesis, una suerte de
complemento, a la lógica aristotélica-cartesiana que domina nuestros
procesos mentales.
Pero esto puede verse también como un
lugar común, una simplificación de una realidad y una tradición mucho
más vastas y quizá incluso inabarcables en las que no faltan, por
supuesto, los ejemplos que puedan dar al traste con nuestras reducciones
conceptuales, contradecirlas y socavarlas para, felizmente, hacernos
ver desde una renovada perspectiva eso que creíamos haber comprendido.
Este es el caso de Ikkyu Sojun, un monje
y poeta que al llevar al extremo las enseñanzas del zen consiguió
subvertirlas y mostrarlas en su faceta más carnal, más humana, para
algunos una “paradoja dogmática” de los principios originales.
Uno de los pocos traductores de Ikkyu al
español, el también poeta Aurelio Asiain, describe así al monje:
Hijo ilegítimo del
Emperador Go-Komatsu, el monje Ikkyu (1394–1481) es una de las figuras
más interesantes del budismo zen. Célebre por haberse opuesto a la
burocracia clerical y su materialismo, pero sobre todo por sus
excentricidades, sus excesos y sus escándalos (fue un bebedor heroico,
que invitaba a sus correligionarios a dirimir las diferencias teológicas
en las tabernas y los burdeles, y predicaba que la iluminación podía
alcanzarse a través de la práctica ritual del sexo) es también apreciado
como calígrafo mayor de Japón, legendario flautista itinerante,
artífice de la ceremonia del Té y poeta originalísimo. Como la mayor
parte de los monjes zen, escribió la mayor parte de su obra poética en
chino, pero sus tanka y haiku no son escasos.
En cuanto a su poesía, puede encontrarse
en ella un ánimo irreverente, ansioso por carcajearse de quienes se
toman demasiado en serio cosas tan fútiles como la trascendencia, nunca
suficientemente ahíta de celebrar ese recinto inigualable de la
sensualidad del mundo que es la mujer y el disfrute que su cuerpo puede
otorgar (siempre que el practicante no esté más interesado en descifrar
un koan), sin dejar de lado las paradojas existenciales que tanto
fascinaron a Borges cuando este se acercó al budismo zen.
Aquí algunos cuantos poemas de Ikkyu, en
versión de Aurelio Asiain:
El sexo de una
mujer
Es la primera boca, y
no dice palabra.
La rodea un espléndido montículo de pelo.
Allí puede perderse cualquier hombre sensible.
Es la cuna de todos los Budas de mil mundos.
La rodea un espléndido montículo de pelo.
Allí puede perderse cualquier hombre sensible.
Es la cuna de todos los Budas de mil mundos.
Vine a nacer
en un mundo de sueños,
igual que un sueño.
Qué descanso, extinguirse
lo mismo que el rocío.
en un mundo de sueños,
igual que un sueño.
Qué descanso, extinguirse
lo mismo que el rocío.
¿Qué es el Buda?
Como el tapiz de musgo
entre las rocas,
pura benevolencia,
se extienden sus palabras.
Como el tapiz de musgo
entre las rocas,
pura benevolencia,
se extienden sus palabras.
Al carajo la gloria,
los triunfos, el dinero.
Tirado cara al cielo, saborear mi pulgar.
Tirado cara al cielo, saborear mi pulgar.
Altas, muy altas,
las nubes, qué calladas,
hasta allá arriba
llegaron sin decir
una sola palabra.
las nubes, qué calladas,
hasta allá arriba
llegaron sin decir
una sola palabra.
La poesía
es ridícula: escríbela,
enorgullécete,
ufánate al espejo
y créete que sabes.
es ridícula: escríbela,
enorgullécete,
ufánate al espejo
y créete que sabes.
Tanto koan
te enseñará el camino,
pero no al rico
coñito de muchacha
al que yo me dirijo.
te enseñará el camino,
pero no al rico
coñito de muchacha
al que yo me dirijo.
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