Es posible que la evolución de
la vida por
eones a escala cósmica lleve al punto de que una civilización o un
individuo tenga la conciencia suficiente para crear un nuevo universo o
fundirse con la unidad, es más, es posible que ese sea justamente el
propósito del universo, la forma de autoperpetuarse
El filósofo francés Henri Bergson
quería
conciliar la teoría de la evolución de Darwin con la teología cuando
dijo: “La humanidad no se percata lo suficiente de que su futuro está en
sus manos. Primero está la tarea de determinar si quiere seguir
viviendo o no. Es suya la responsabilidad, entonces, de decidir si sólo
quiere vivir, o intentar hacer el esfuerzo extra requerido para cumplir,
incluso en este planeta refractario, la función esencial del universo,
que es una máquina para crear dioses”. (Las dos fuentes de la moral
y de la religión). Aquí tenemos lo que podemos llamar una teoría
de la evolución cósmica esbozada brevemente, pero que probablemente
nunca haya sido tan vigente como en la actualidad, a la luz de la física
cuántica y la cosmología moderna.
Si bien el problema de definir un dios
creador único, fuente de todo lo que existe, es un problema metafísico
complejo que, salvo alguna argucia, nos remite a un loop de referencias ad
infinitum y también al plano de lo inefable, donde habita lo
místico, justamente aquello de lo que no se puede hablar, puesto que
nuestro lenguaje -al igual que nuestro entendimiento- es insuficiente
para abarcar o meramente describir este Ser que es en cada cosa el ser
-trascendente e inmanente, el nombre que no se puede nombrar, el camino
que no se puede recorrer y sin embargo el eterno nombre y el eterno
camino… una dimensión paradójica-… sí podemos hablar con mayor solvencia
de los dioses. Recordemos que una traducción fidedigna de la Biblia,
traduciría Elohim como dioses, en plural, y no como el Dios único,
masculino, vengativo y básicamente temible del viejo testamento. En
cierta forma estaríamos hablando de demiurgos, de creadores de mundos,
posiblemente de diseñadores de universos.
Tomando la idea del físico Alan Guth, a
quien debemos la teoría del universo inflacionario, de que en teoría es
posible cultivar un universo en el laboratorio, el físico de la
Universidad de Sussex,
John Gribbin, cree que esto no sólo
es posible sino es consecuencia lógica de la evolución de la vida en un
universo tan grande como el nuestro donde existen miles de millones de
planetas, en los cuales la vida pudo haberse gestado y evolucionado por
eones.
Gribbin, a diferencia de Bergson, no
quiere conciliar la teología con la ciencia, y por esto concibe
creadores de universos desdiosados, en algunos casos sólo civilizaciones
avanzadas jugando un poco con el huevo del caosmos. Existen,
según Gribbin, tres formas de crear un universo, todas ellas ligadas a
la posibilidad constantemente esbozada por la ciencia moderna de que los
agujeros negros contienen en su hermético interior un universo
paralelo, formando una red de universos o multiverso.
La primera es recrear un agujero negro
sin influenciar las leyes del nuevo universo. Un nivel al que se acerca
la humanidad, como prefigura la novela Cosm de Gregory Benford,
en la que una investigadora se encuentra con un universo nuevo del
tamaño de una bola de béisbol después de que explotara un acelerador de
partículas.
El segundo nivel sería el de una
civilización manipulando las propiedades de un universo joven en cierta
dirección; podría ser posible alterar un agujero negro de tal forma que
la gravedad fuera más fuerte que en el universo madre, sin que los
diseñadores tuvieran un control preciso.
El tercer nivel de esta escuela de
diseño cósmico, involucraría la habilidad de establecer parámetros
precisos, de esta forma diseñar a detalle (como los fractales que vemos o
la información holográficamente contenida en cada parte, una fina firma
de un co-demiurgo esteta). Gribbin cree que nuestro universo sería el
resultado de un diseño así. Una analogía sería los bebés de diseño en
los que se puede manipular el ADN para obtener un ‘niño perfecto’, una
civilización avanzada podría manipular las leyes de la física para
obtener un universo perfecto (un universo perfecto sería aquel en el que
las condiciones estuvieran dadas para que se creara inteligencia capaz
de crear otro universo y así sucesivamente asegurando la perpetuidad de
aquello que genera universos).
Por extravasada que esta teoría pueda
sonar, el legendario físico Roger Penrose ha calculado que para explicar
el bajo nivel de entropía que tienen el cosmos es
necesario que nuestro universo sea
parte de una cadena infinita de universos. Sobresalientemente se han
encontrado círculos concéntricos en la radiación de fondo de microondas
que podrían ser ventanas hacia un universo previo, fluctuaciones
esféricas dejadas atrás por los efectos gravitacionales del choque de
agujeros negros en un universo anterior (¿flashbacks en la mente de
Brahma?).
Stephen
Feeney y sus colegas del
University College de Londres, investigando la radiación de microondas
de fondo, el eco del Big Bang, encontraron “cicatrices cósmicas” que
llevan a pensar que nuestro universo ha interactuado con otros (por lo
menos cuatro) universos anterioremente. El modelo con el que hicieron
sus calculos estos físicos, es el llamado de inflación eterna. En este
modelo el universo es una burbuja en un cosmos aún más grande que
contiene otras burbujas, cada una de las cuales tiene leyes físicas
particulares. La inflación eterna predice que las burbujas probablemente
hayan tenido un pasado violento, chocando entre sí, lo cual dejaría
cicatrices cósmicas en los puntos de interacción. Estas ‘cicatrices’
deberían de ser visible en la radiación de fondo. Feeney ha encontrado
cuatro círculos consistentes con ser colisiones de burbujas dentro del
multiverso propuesto por la teoría.
Una buena pregunta en este momento
sería
-aceptando la posibilidad de que nuevos universos se pueden crear a
partir de un universo anterior- es si ¿esta cosmogénesis es solamente un
acto reflejo, un proceso mecánico de la programación del universo, o
una manifestación de la evolución de la inteligencia dentro de un
universo que, como medio de supervivencia, se perepetúa creando un nuevo
universo?
Consideremos la posibilidad de que la
evolución puede llegar a tal punto de generar seres inteligentes capaces
de crear un universo, en la práctica, dioses. Actualmente la idea de la
divinidad en nuestro planeta está entretejida con la idea de las
inteligencias extraterrestres. Una de los más elementales
custionamientos que se hace a la existencia de civilizaciones
extraterrestres -como a la existencia de la divinidad- es ¿por qué no se
han comunicado con nosotros o manifestado de alguna forma conspicua? No
es difícil de desestimar esta pregunta como antropomórficamente
aberrante. Más allá de que algunas personas sostengan haber tenido la
teofanía o el avistamiento de la otredad cósmica -divina o
extraterrestre-, habría que considerar la posibilidad de que seres más
evolucionados que nosotros podrían ser completamente impercebtibles, ya
sea por nuestra falta de tecnología, como por nuestra falta de agudeza
evolutiva. De la misma manera que el místico necesita desarrollar el ojo
interior para poder presencia la divinidad, es posible que sea
necesario desarrollar ese ojo cósmico -tecnología más allá de la física
actual, en cierto sentido meta-física- para percibir las frecuencias o
las conciencias extraterrestres. Pero Kubrick lo dice mejor,
explicando su obra maestra de ciencia
ficción:
“El concepto de Dios está en el
centro de la película. Es inescapable que estuviera, una vez que crees
que el universo está lleno de formas de inteligencia avanzada. Sólo
piensa en esto un momento. Hay 10 billones de estrellas en la galaxia y
10 billones de galaxias en el universo visible. Cada estrella es un sol,
como el nuestro, probablemente con planetas alrededor. La evolución de
la vida, se cree ampliamente, viene como consecuencia inevitable del
tiempo en un planeta en una órbita no demasiado fría ni demasiado
caliente. Primero viene la evolución química -la recombinación aleatoria
de la materia primordial-, luego la evolución biológica.
“Piensa en un tipo de vida que haya
evolucionado en uno de esos planetas por cientos de miles de años, y
piensa, también, que tipo de avances tecnológicos relativamente grandes
ha hecho el hombre en 6 mil años de civilización registrada -un periodo
que es menos que un solo grano de arena en un reloj cósmico de arena. Al
tiempo que los ancestros distantes del hombre empezaron a salir del mar
primordial, ya deben de haber existido civilizaciones en el universo
envíando sus astronaves a explorar las regiones más lejanas del cosmos y
conquistando los secretos de la naturaleza. Tales inteligencias
cósmicas, creciendo en conocimiento por eones, estarían tan distantes
del hombre como nosotros estamos de las hormigas. Podrían estar en
comunicación telepática instantánea a lo largo del universo, podrían
haber logrado la maestría total sobre la materia y de esta forma se
podrían transportar instantáneamente a través de billones de años luz de
espacio; en su última fase podrían abandonar la forma física y existir
como una consciencia incorpórea inmortal en todo el universo.
“Una vez que empiezas a dicutir las
posibilidades, te das cuenta que las implicaciones religiosas son
inevitables, porque todos los atributos esenciales de tales
inteligencias extraterrestres son atributos que le damos a Dios. Con lo
que en realidad estamos tratando aquí es con la definción científica de
Dios. Y si estos seres de inteligencia pura alguna vez intervinieron con
los asuntos del hombre, sus poderes estarían tan lejanos a nuestro
entendimiento. ¿Como verá una hormiga el pie que aplasta su
hormiguero–cómo la acción de un ser en una escala evolutiva superior? ¿O
cómo la divina y terrible intercesión de Dios?”.
O alterando alevosamente la famosa
frase
del autor del libro 2001: Odisea al Espacio, Arthur C. Clarke:
“Una civilización extraterrestre suficientemente avanzada sería
indistinguible de Dios”. Estos dioses extraterretres podrían estar
ocultos en esta misma habitación, tejidos en la madeja de la matriz de
realidad, doblados en las supercuerdas del éter, ser el espacio mismo en
el que nos movemos, la conciencia del mar, el azul imperial del cielo.
Complementa Christopher Knowles:
“En la medida en que muchos de
nosotros evolucionamos a una vida virtual, experimentaremos cosas que
aquellos afuera nunca entenderán. Y si podemos concebir de un ambiente
virtual inmersivo (aunque no podamos crear uno del todo), no es difícil
imaginar una raza con miles de años de ventaja (ni siquiera un parpadeo
en noche cósmica del tiempo) que pueda transmitir estos ambientes a
través de individuos aletaorios a través de medios interestelares”.
El camuflaje de una deidad poderosa,
no
sería un traje, no sería una máscara, la deidad sería tanto el camaleón,
como la hoja en la que se oculta, como los colores con los que se
transmuta, en palabras de Phillip K. Dick: “El verdadero dios mimetiza
al universo, esa misma región que ha invadido”. (VALIS). Habla en Dick,
el Logos gnóstico que ve en los planetas y en los astros entidades
conscientes cuyo cuerpo y mente son indiferenciables de todo el espacio
celeste que ocupan. De tal forma Sophia (o Gaia) es la Tierra entera y
cada una de sus partes.
Regresando a Bergson, si el universo
es
una máquina cuya función esencial es crear dioses -que a la vez crean
universos, salvaguardando el espíritu inicial que serpenteó sobre las
aguas primordiales-, ¿poderemos ser nosotros esos dioses? Sería algo
sobrebio -considerando el estado actual de las cosas- decir que los
seres humanos nos despojaremos de nuestros trajes animales para
deificarnos, cumpliendo nuestro destino creativo, aleando la chispa
divina del ave con la serpiente, la poiesis superlativa de
nuestra imaginación, diseñando planetas, sistemas estelares, galaxias y
hasta un universo… descargando nuestra conciencia al espacio sideral y
encendiendo la luz de las estrellas con nuestro espíritu. Y, sin
embargo, esto, al menos, es una posibilidad.
La posibilidad de que el universo
mismo
nos este empujando, como puntas de lanza, dentro de ese canto a la
diversidad que es la biología (cósmica), para crear nuevos universos,
nuevos reflejos de una misma fuente de luz de cristal, variaciones sobre
el mismo tema de la eternidad (como la música de Steve Reich sonando en
el espacio infinito de Pascal, como los fractales de la noche universal
en las solapas de un frac). Semillas cuya flor eclosiona en una galaxia
y cuya raíz penetra un agujero negro.
La posibilidad de que la conciencia
misma, el código fuente que se autorreplica como un virus, necesite un
vehículo para despertar, recordar y materializar su proyecto de
creación. Y que nosotros seamos ese vehículo, esa extensión de la
máquina del universo a través de la cual dios se reproduce.
Una posibilidad ya que si dios creó el
universo a partir de sí mismo -a imagen y semejanza, con polvo
holográfico- ¿y con qué otra cosa lo pudo haber creado? Si sólo una cosa
podría haber existido en el origen, él mismo. Si dios se infundió a sí
mismo en su creación, entonces es probable que querría ver que al menos
algunos de sus vástagos, de sus copias más logradas, de sus máquinas
oníricas, crecieran y fueran como él. De la misma forma que un padre
busca que su hijo domine su oficio y de la misma forma que un padre o
una madre quiere que sus hijos tengan hijos para así perpetuarse, tal
vez dios quiera -secretamente fomentando nuestra rebelión- que creemos
nuevos universos y nos convirtamos en dioses.
“Una pequeña partícula de la Piedra
Filosofal, si se vierte sobre la superficie del agua, según un apéndice
sobre la sal universal de Herr von Welling, inmediatamete empezará un
proceso de recapitulación en miniatura de la historia del universo, ya
que instantáneamente la tintura -como los Espíritus de los Elohim- se
agita sobre el cuerpo del agua. Un universo miniatura se forma el cual,
según afirman los filósofos, en verdad surge del agua y flota en el
aire, en el que pasa por todos los niveles de desarrollo cósmico y
finalmente se desintegra”, Manly P. Hall, The Secret Teachings of
All Ages.
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