Si has ingerido sustancias como
el LSD o
DMT —o piensas hacerlo en el futuro— no debes dejar de leer este artículo sobre el intercambio energético que ocurre
entre los espíritus de las plantas, o químicos, y las personas que las
consumen. El intercambio más viejo de todos.
Autor: aeolus kephas
“Los brujos dicen que la muerte es
el
único adversario digno que tenemos… la muerte es nuestro retador… La
vida es un proceso a través del cual la muerte nos reta… La muerte es la
fuerza activa en nosotros. La vida es el escenario. Y en ese escenario
hay dos contendientes en todo momento: uno mismo y la muerte… Somos
pasivos… Si nos movemos, es sólo cuando sentimos la presión de la
muerte.”
—Carlos Castaneda, The Power of
Silence
Cualquiera que haya fumado DMT sabe
por
qué Terence Mckenna decía que pone los “nudillos blancos”. Con una
bocanada de una pipa eres lanzado, en el tiempo que toma llenar los
pulmones de humo, a otro mundo en el que ningún rasgo familiar
permanece. Es un mundo más extraño y desaforado que cualquiera de
nuestros sueños o pesadillas más salvajes podrían jamás conjurar. Es
también un mundo que está habitado, y lo que es más
desconcertante todavía es que sus habitantes enfocan su atención sobre nosotros.
El abismo también mira. Fumar DMT es como salirse de adentro hacia
afuera: no solo se nos expone a la verdadera naturaleza de la realidad
sino, en el mismo instante, también nosotros quedamoss expuestos a ella.
Literalmente no hay lugar en dónde esconderse en un viaje de DMT, ya
que el universo está insondable y ferozmente vivo y está justo debajo de
nuestra piel. Quien sea que haya fumado DMT una vez, y por lo tanto
sabe qué esperar, deberá de recurrir a todo su coraje la próxima vez que
se le ofrezca decirle “bye-bye a Kansas”. La consolación mayor del
fumador de DMT de nudillos blancos es que sabe que hasta el viaje más
intenso solo dura entre 5 y 15 minutos. ¿Que tipo de valentía se
necesitaría para fumar DMT sabiendo que es un viaje sin retorno,
que nuestra conciencia está a punto de ser catapultada a los reinos Imaginales
por el resto de la eternidad? ¿Sabiendo eso podría alguien
sostener la pipa sin temblar?
Lo que sigue en este artículo no está
basado en la ciencia dura o en hechos aceptados sobre nuestra química
cerebral o corporal y los enteógenos. Es una mezcla de experiencia
personal, razonamiento deductivo y algo que solo puedo describir como
“conocimiento recibido”, así que se le sugiere al lector que añada un
“tal vez” o un “me parece a mí” al final de cada enunciado, para
contrarrestar lo que de otra forma sería el tono autoritario del
artículo, necesario para mantenerlo claro y sucinto. Habiendo hecho esta
aclaración, esta es la premisa de mi argumento: Si el Don Juan de
Castaneda está en lo correcto y la muerte es una fuerza activa en la
vida, entonces las sustancias psicodélicas son una forma de muerte
concentrada. Incluso la observación ordinaria indica que la muerte
regenera la vida y mantiene las cosas moviéndose hacia delante, sin ella
no hay avance, no hay evolución. Poéticamente hablando, la muerte
provee la urgencia del Tiempo dentro del tapiz de la Eternidad. Esta es
la razón por la cual a Cronos, Señor del Tiempo, se le representa con
una guadaña. El Tiempo es el catalizador del Movimiento añadido a la
“sustancia” del Espacio. Este concepto está claramente ilustrado en Atu
13 del tarot de Aleister Crowley y Frieda Harris.
Como “partículas condensadas de la
muerte”, entonces, los enteógenos atacan el sistema nervioso, apuntando a
neuronas específicas, no solo del cerebro sino del cuerpo entero,
dentro del cual cada vez más sistemas neurológicos están siendo
descubiertos (como el corazón y los intestinos). Este “ataque” de las
moléculas psicotrópicas sobre nuestras neuronas no es sin una intención,
sin embargo, y en lo que puedo intuir, esta intención es secuestrar
las células de nuestro cuerpo y usarlas como vehículos para cruzar de
la “muerte” a la “vida”. Con “muerte” me refiero a los reinos
inorgánicos, donde los reinos orgánicos tienen la relación de ser lo que
conocemos como “la vida”.
Chamánicamente hablando, fumar DMT o
ingerir otro alucinógeno es ofrecer nuestras células como sacrificio a
los espíritus. Con tal sacrificio estamos dejando que nuestra conciencia
sea poseída por los misteriosos e invisibles agentes de la
transformación. Cuando ingerimos una sustancia psicoactiva una cantidad
de neuronas resultan “destruidas” o, por decirlo de otra forma,
descompuestas a sus constituyentes básicos. En el momento de la
destrucción se convierten en “comida” para inteligencias inorgánicas que
las usan para ganar sustancia temporal en nuestra región orgánica de
existencia, a través de nuestra conciencia. Hay un momento en
el que se traslapan los mundos de la vida y la muerte, lo temporal y lo
eterno. Una parte de nosotros “muere”, es absorbida por los espíritus
que residen en la planta o en el químico, inteligencias que (solo
podemos imaginar) están buscando una experiencia de existencia orgánica
que de otra forma no está disponible para ellas. (Ya que las plantas son
formas de vida orgánicas, sería más preciso decir que están buscando
una experiencia distinta, una experiencia orgánica más sensorial). En
esos breves momentos u horas, mientras nuestras neuronas son consumidas
por el entéogeno, todavía están conectadas a nuestros seres conscientes,
al sistema nervioso y a la red neuronal. Como resultado nos toca
experimentar conscientemente la existencia “del otro lado”, a través de
los ojos de los espíritus; al mismo tiempo los espíritus pueden
experimentar la vida a través de nuestros ojos. Esta forma de sacrificio
ritual es un intercambio ancestral, posiblemente el más viejo de
todos.
En Ketamine: Dreams and Realities,
Karl Jansen escribe: «El LSD y el DMT se unen a los receptores de
serotonina y esto, se cree, es lo que aprieta el botón que detona la
cascada de eventos que resultan en un viaje psicodélico»[1].
En el punto en el que los psicodélicos se unen y por esto alteran las
zonas de receptores en el cerebro, surge la pregunta: ¿qué nos permite
recibir esta alteración del sistema nervioso? El tipo de energía que es
recibido a través de las zonas receptoras alteradas, así como la
cantidad, sería probablemente determinada no solo por lo que se está
ingiriendo (los químicos de la planta), sino por las circunstancias —y
quizás lo más crítico de todo— la composición psicológica de la persona
que las ingiere. Los indígenas nativos americanos tomando peyote o los
chamanes peruanos (y su clientela) tomando ayahuasca estarían entonces
en un asunto totalmente diferente a los occidentales aspirando a
convertirse en magos o buscando congreso con lo divino, sin tener idea
alguna de lo que están haciendo y poca o ninguna relación con la
planta/químico (y espíritu residente) que se ingiere.
Los espíritus son inteligencias
inorgánicas (que podrían incluir a lo que llamamos las almas de los
muertos). Siendo inorgánicos o muertos no tienen acceso a la forma
física sensible. Esta es un área en la cual no estoy seguro al cien por
ciento, ya que los espíritus inorgánicos aparentemente pueden vivir en
la materia orgánica, de la misma forma que los seres elementales o las
hadas, se dice, pueden vivir en las rocas y en las plantas y demás.
Puede ser que estos espíritus busquen específicamente experimentar la
existencia humana —y hacer que seres humanos encarnados ingieran
enteógenos sea una formar para lograr esto. Cualquiera que sea el caso,
aparentan desear no solo congreso con sino ingreso a (y
a través de) nuestra conciencia, lo cual consiguen no solo accediendo a
nuestras neuronas (al tiempo que son “secuestradas” por los químicos
psicoactivos) sino a toda la red a la que estas neuronas están
vinculadas. Estimo que existen tres capas de circuitos neurales en un
ser humano. El más superficial es el del cerebro, el cual después está
ligado a la red más grande del sistema nervioso, incluyendo los órganos
en los que se almacena la memoria individual (siendo la función del
cerebro acceder y “decodificar” esas memorias), memorias que constituyen
la vida e identidad de un individuo, nuestro cuerpo total. Finalmente,
debajo de esto, abarcando todos los átomos del cuerpo, existe una red
subatómica de ADN que contiene nuestro código genético y por lo tanto la
memoria de toda la especie.
Potencialmente los enteógenos pueden
“encender” esa red neural de nuestro cerebro e incluso la red más amplia
de nuestro sistema nervioso. En casos extremos, como los de una
iniciación chamánica, incluso llegan a permitirnos acceder a un nivel
genético de conciencia, donde se almacenan memorias ancestrales y “vidas
pasadas”. Este proceso tal vez sea similar a la fisión del átomo para
crear una explosión nuclear: si nuestros cuerpos (como el resto de la
realidad física) son sistemas holográficos, cada neurona, cada molécula,
debe de contener la información de toda la red. (Una muestra de sangre
te dirá algo de todo el organismo). Cuando las moléculas psicoactivas
“invaden” a las moléculas de nuestros cuerpos, las resquebrajan para
liberar la información almacenada en su interior, dándonos una
conciencia momentánea de toda la red: visión “nuclear”. Hay un obvio
efecto colateral a todo esto, sin embargo. Ya que acceder a la
información de la red neural requiere hackear el sistema, los enteógenos
causan daños inevitables en el proceso. Como resultado, los efectos a
largo plazo de los enteógenos son generalmente los opuestos a sus
efectos a corto plazo. Creo que los enteógenos causan “rupturas” en las
vías neurales del cerebro y en el cuerpo total (posiblemente incluso en
el ADN), rupturas que impiden la activación espontánea del sistema más
adelante. Nos dan una probada de la iluminación —que es nuestro estado
natural— pero la posibilidad de una iluminación más duradera es
drásticamente reducida. En este caso, los enteógenos, como los gurús, y
tal vez como el conocimiento oculto en general, engendran adicción
espiritual. Como todas las adicciones, necesitamos de dosis todavía más
fuertes para “elevarnos”.
¿La Revancha Secreta de Gaia?
“La realidad verdadera de la que
nadie se atreve a hablar es que nadie está en control, absolutamente
nadie. Las cosas están gobernadas por las ecuaciones de la dinámica y el
caos. Pueden haber entidades buscando control, pero buscar control es
un enorme agravante en contra de ti mismo. Es como intentar controlar un
sueño”.
—Terence McKenna, “Dreaming Awake at the
End of Time”
Debe de trazarse un paralelo muy claro
aquí con el ecosistema, que es por supuesto la fuente de la mayoría, si
no es que de todas las sustancias psicoactivas. Si los árboles y las
plantas de la tierra son una suerte de red neural del planeta (un
escenario hábilmente ilustrado en la serie de comics Swamp Thing
de Alan Moore), el diezmo de los bosques tropicales y otras formas de
daño ambiental no solo estarían afectando nuestro suministro de
oxígeno. Estaría rápidamente reduciendo la capacidad de la biósfera de
la Tierra de funcionar según la intención original, como un sistema
informático a través del cual el planeta (como el cuerpo humano) puede
tomar conciencia de sí mismo: en dos palabras, conciencia planetaria.
Irónicamente, puede ser que en parte es debido a este cortocircuito en
el sistema que existe tanta atracción hacia una “solución psicodélica”.
La ironía, si esta es una descripción precisa, es que la destrucción de
la ecósfera no es solo un síntoma sino una causa de nuestra
acrecentada desconexión de la Naturaleza y de nuestros cuerpos. Al
buscar experimentar nuestra naturaleza primal/cósmica vía los enteógenos
que la Tierra (y la ciencia moderna) provee, la solución imaginada
puede solo estar haciendo más complejo el problema. Sería la revancha
secreta de Gaia, porque si el (ab)uso de enteógenos está diezmando
nuestras “biósferas” individuales e impidiendo que tengamos acceso a
todas nuestras facultades, esto se estaría reflejando exactamente en las
mismas formas en las que nuestra desconexión con el medio ambiente ha
afectado la biósfera de la Tierra.
Aunque esto es un punto de vista
potencialmente controvertido dentro la comunidad de los enteógenos y la
percepción alterna, existe evidencia para sustentarlo. Por un lado
tenemos un blockbuster como Avatar, que aboga por el activismo
ambiental y la expansión mental psicodélica, al mismo tiempo que
alimenta a la industria militar y de entretenimiento que lentamente
destruye el planeta y mantiene a la mente colectiva en estupor con
contenido chatarra como Avatar. ¡Hasta el momento la única
explicación a esta contradicción es que la película es prueba del
despertar planetario! Sin embargo, las incontables contradicciones
dentro de la cinta —por no mencionar su porquería— desmienten esa
“explicación”. Si una película hecha por el complejo militar y de
entretenimiento conocido como Hollywood parece envilecer las fuerzas
militares de ala derecha retratándolas como anti-ambientalistas y
glorifica los psicodélicos y el regreso a los valores y a las raíces
tribales, puedes estar seguro de que las personas detrás de la película
tienen sus razones para así hacerlo. Por otro lado no necesitamos ir
más lejos que a las dos fuerzas líderes de la revolución psicodélica
—Carlos Castaneda y Terence Mckenna— para entrever el lado oscuro de la
experiencia enteógena. T. Mckenna murió de un tumor en el cerebro a los
53 años y Castaneda se murió de cáncer en el hígado a los 72. El cerebro
y el hígado son los dos órganos que más obvia e innegablemente se ven
afectados por las sustancias psicoactivas. La muerte de estos voceros
visionarios ensombrece sus mensajes [2]
y ha servido para contrarrestar, al menos hasta cierto punto, su
influencia en lo que concierne al mensaje positivo de los enteógenos.
Castaneda cita a Don Juan Matus en uno de sus últimos libros,
admitiendo que las plantas de poder “hacen un daño incalculable al
cuerpo”, explicando que solo fueron necesarias debido a la extrema
“estupidez” de Castaneda. Un tercer cuerpo de evidencia (probablemente
el más persuasivo) en cuanto a los dudosos beneficios del uso de
enteógenos serían los incontables voceros y exponentes que sostienen
haber sido transformados por las plantas de poder, cuya retórica y
comportamiento delata una distintiva falta de balance, coherencia o
sobriedad. (Sería hasta cruel mencionar nombres a estas alturas)[3].
Será argumentado sin duda que, usados
de
forma apropiada (chamánicamente), los enteógenos, como la ayahuasca, la
ibogaina y la psilocibina pueden servir para sanar, ¿así que
cómo se puede decir que dañan el cuerpo? La respuesta está en lo que
conlleva el uso “apropiado” o chamánico, así como en lo que entendemos
como “sanación”. El campo electromagnético o “aura” alrededor del
cuerpo humano, que se corresponde grosso
modo con las redes neurales que he estado describiendo, es donde
se originan todas enfermedades físicas, así que es ahí donde la sanación
chamánica presumiblemente ocurre —si es que en realidad ocurre. Tal
“sanación del alma”, cuando efectiva, compensaría por mucho el daño
hecho al cuerpo por los enteógenos, ya que al sellar las fracturas o
depurar los bloqueos en el cuerpo energético (la psique total), el
cuerpo se regeneraría con el tiempo. Generalmente esto sí requiere de
un chamán —un sanador energético experimentado— administrando los
enteógenos y en algunos casos tomándolos en lugar del paciente. Realizar
una cirugía energética sobre nuestra propia psique sería obviamente una
tarea de alto riesgo, por no decir una locura. En el mejor de los casos
es probable que usemos la experiencia de elevación en la conciencia
inducida por los enteógenos para evitar las áreas del bloqueo
—o para abrirnos paso a través de ellas sin la preparación necesaria— en
vez de sanar e integrarlas. Esto puede que no resulte en una enfermedad
física (al menos no en ese momento) pero seguramente llevará a inflar
el ego, por un lado, y a la disociación y a la fragmentación (una
esquizofrenia moderada) por el otro. Quizás lo más común es que lleve a
una combinación de ambos.
La idea de que los psicodélicos son
sustancias de “muerte concentrada” —una forma de veneno holístico— no
contradice la idea de que pueden ser usadas para sanar, porque este
hecho es común a todos los remedios homeopáticos. La dosis es la clave:
incluso una pequeña parte más de lo adecuado y una medicina se convierte
en veneno. Con los enteógenos esto se relaciona no tanto con la
cantidad sino con la frecuencia de uso, al igual que, e incluso aún más
importante, a las circunstancias en las que están siendo usados. Para
dar mi propio ejemplo: en alrededor de unos 20 años experimentando (sin
contar los siete años que evité completamente los enteógenos, si no
cuentas el porro ocasional), probablemente he tenido cerca de 100
poderosas experiencias alucinógenas (algunas de las cuales fueron
inducidas por la marihuana). Estimaría, conservadoramente hablando, que
menos de dos docenas fueron “necesarias” (apropiadas) y que quizás aún
menos fueron verdaderamente chamánicas y por lo tanto sanadoras y
transformadoras para mi ser. Esto significaría que alrededor de entre el
70% y el 95% de mis experiencias enteógenas fueron injustificadas y
deletéreas para mi salud física y mental. En total, me gusta pensar que
se equilibra, que ese 10 a 25% de experiencias chamánicas fue
suficientemente transformador para compensar los daños que le hice a mi
sistema nervioso por sobre-indulgir. De cualquier forma, si esto es
verdad, todavía tengo que reconocer la posibilidad de que estaría casi
exactamente en el mismo lugar en el que estoy hoy si hubiera evitado las
experiencias enteógenas completamente. También es posible que hubiera
salido considerablemente mejor librado.
La ineludible comprensión para mí ha
sido que estaba usando psicodélicos no simplemente para expandir mi
conciencia, sino para escapar los confines de una conciencia contraída.
¿Cuál es la diferencia?, te podrás preguntar. Tal vez ninguna, salvo que
esta última es una descripción honesta mientras que la primera no lo
es. En otras palabras: si hubiera estado contento con los parámetros de
mi conciencia limitada, no hubiera tenido tanto entusiasmo por
experimentar con estados elevados de conciencia. La llamada “expansión
de conciencia” se convierte meramente recreativa una vez que hemos
adquirido cierto nivel de conciencia, un nivel en el que tenemos más que
suficiente para integrar sin revolver aún más elementos de nuestro
inconsciente. E integrar conlleva poner los pies en la tierra de
regreso para ver qué está pasando en nuestra atención mundana, algo que
no sucede si seguimos apuntando a estados siempre más elevados de
conciencia y a experiencias siempre más expansivas de la mente, vía
enteógenos. ¿Cuánto aumenta expandir nuestra conciencia nuestra
capacidad de funcionar cotidianamente en el mundo y relacionarnos con
otras personas en un nivel ordinario? ¿Y cuánto solamente estamos
aumentando nuestra habilidad de hablar horas de temas abstractos y volar
a reinos imaginarios/imaginales, trayendo de regreso
brillantes baratijas (canciones, poemas, pinturas, libros) para mostrar
cuán “evolucionada” está nuestra conciencia para el mundo? Seamos
honestos.
[1] ”Los
receptores son transductores biológicos que convierten energía de
ambientes externos e internos a impulsos eléctricos. Pueden estar
amasados juntos para formar un órgano sensorial, como un ojo o una
oreja, o pueden estar dispersos, como los de la piel y las vísceras. Los
receptores están conectados al sistema nervioso central por fibras
nerviosas aferentes. La área o región en la periferia de la cual una
neurona dentro del sistema nervioso recibe una señal es llamada campo
receptivo. Los campos receptivos son cambiantes y no entidades
fijas”. http://www.britannica.com/EBchecked/topic/409709/human-nervous-system/75590/Receptors
[2]
Hay que admitir que Castaneda se quiso desmarcar de la cultura
psicodélica desde temprano en su carrera.
[3]
“Los críticos de Tim Leary eventualmente señalan sus conexiones
cercanas a un cártel internacional de tráfico de LSD, la Hermandad del
Amor Eterno [the Brotherhood of Eternal Love], rumorada fachada de la
CIA. La Hermandad estaba controlada por Ronald Stark, de quien la corte
italiana determinó que fue parte de la CIA desde 1960, y los fondos de
la Hermandad son canalizados a través del Castle Bank en la Bahamas, una
conocida “propiedad” de la CIA. Por dos años Leary vive en el cuartel
general de la Hermandad en Laguna Beach, en donde la agrupación acapara
el mercado estadounidense del LSD y distribuye la variedad única de la
droga, “Orange Sunshine”. Stark supuestamente tiene altas conexiones
tibetanas cercanas al Dalai Lama y quiere proveer suficiente LSD para
dosificar a las tropas chinas en Tíbet. En Estados Unidos, mientras
tanto, Stark provee suficiente Orange Sunshine para dosificar a toda la
cultura hippie varias veces. Este es el ‘ácido malo’ que
Charles Manson y su culto tomaron antes de matar a Sharon Tate y que los
Hell’s Angels tomaron antes de apuñalar a un hombre negro en un
concierto de los Rolling Stones en Altamin. Por esto William S.
Burroughs, Ken Kesey y el líder de la Panteras Blancas, John Sinclair,
eventualmente consideran la teoría de que Leary, Stark y el Orange
Sunshine son todos parte de un complot de la CIA para desacreditar a la
izquierda radical”. http://www.sunshine69.com/Sunshine__autumn.html
La iluminación: ¿Qué es?
“Las proteínas son seres inteligentes.
Han evolucionado para operar en el torbellino metabólico de un
turbulento entorno celular”.
—Christopher Miller, Nature magazine
Durante uno de mis más memorables
encuentros con la salvia divinorum, me experimenté a mí mismo
como conciencia interactuando con las moléculas de mis párpados. Cada
una de estas moléculas era un ser individual y juntas formaban un
colectivo (mis párpados) caracterizado por una combinación de fiera
atención, una cierta picardía y una poderosa e inconfundible expresión
de amor o afecto por mí o por lo que sea que me quedaba de
auto-conciencia en ese momento, mientras era engullido en una eléctrica
congregación de moléculas. Menciono esto como una contra-perspectiva de
algo que describí anteriormente, en lo que, de la misma forma en que los
enteógenos consumen nuestras neuronas, los espíritus (aquellos que
residen en la planta o el humo de la planta) navegan al interior de
nuestra conciencia en una ola de “destrucción”. Una manera alternativa
de verlo —no necesariamente opuesta a lo primero— es que los “espíritus”
(siendo seres cuánticos y no-locales) también residen en las
células de nuestros cuerpos (en la experiencia anterior, mis
párpados captaron mi atención porque estaba tratando de concentrarme en
no abrir mis ojos una vez que hubiese fumado). Cuando los enteógenos
llegan a nuestro sistema nervioso, estos “espíritus” son liberados (como
la energía nuclear de un átomo) de esa fuerza que mantiene nuestros
cuerpos y todo lo demás bajo una forma fija —el yugo de la materia. Tal
vez, mientras mis moléculas “morían” bajo la influencia de la salvia,
sus almas-de-moléculas estaban volando libres, danzando alegremente en
dirección opuesta y llevando mi conciencia (temporalmente) con ellas.
Los átomos (y moléculas, células,
neuronas y proteínas) son entidades. Llevan una carga de información que
es esencialmente indistinta a la manera en que nosotros, como átomos
más grandes, llevamos la memoria de nuestras vidas, creando a la vez
nuestro propio “giro” o carga de información. Y como nuestro sentido de
identidad proviene primordialmente, incluso exclusivamente, de nuestro
propio inventario de memorias, entonces a un átomo que lleva su carga de
información también le podemos atribuir una identidad. Esto implica una
nueva área de exploración más allá del enfoque de este artículo: ¿Hasta
qué grado usar psicodélicos permite a nuestra conciencia ser poseída
por entidades foráneas que no son “empáticas” (tanto en el sentido común
como en el mágico de la palabra) con nuestros cuerpos y nuestras
psiques? Puede asumirse que, ya que los enteógenos provienen de la
Tierra, entonces deben ser benevolentes (compatibles con nuestra
evolución). Pero asumir esto sería precipitado, pues hay múltiples
especies terrestres que no están “de nuestro lado”. Los espíritus de las
plantas promueven la dependencia y la forma en la que interactúan con
nosotros puede depender de cómo nos relacionamos consciente y
concienzudamente con ellos, tal como sucede con cualquier otra cosa en
la vida. En un medio ambiente predatorio, todo es alimento para alguien
más, entonces, ¿por qué asumir que esto no se aplica en el campo de la
conciencia o a nuestra interacción con esos “espíritus” que residen en
los enteógenos que consumimos, deseosos de ser poseídos por Dios?
Incluso puede ser que cualquier forma de conciencia que radica en
moléculas más allá de aquellas de nuestros propios cuerpos es ajena a
nosotros y por lo tanto potencialmente dañina; en pocas palabras, la
verdadera individuación o despertar depende el acceso a la conciencia
divina que no se encuentra fuera de nosotros (en plantas o gurús) sino
al interior [1].
Ahora me gustaría hablar sobre el tema
de la vida después de la muerte. Despojado de todo ornamento religioso
esta es simplemente una idea de la continuación de la
identidad—conciencia individual— tras la muerte del cuerpo. Si tomamos
el concepto fuera del reino del mito y la creencia religiosa y lo
insertamos en el campo de la (casi) ciencia, qué tan grande es el salto
de sugerir que nuestra existencia, al otro lado de la muerte, pudiese,
factiblemente, depender de nuestras acciones y logros mientras
estamos vivos. Esta no sería una cuestión moral —ya que la
moralidad es meramente una invención humana— sino pragmática. Podría
depender, por ejemplo, de un individuo que tenga completamente activado
(conectado) el sistema neural en el momento de su muerte, un sistema que
entonces podría servir como vehículo para la conciencia
inorgánica una vez que la carne y el conducto sanguíneo ya no fuesen
funcionales.
¿Probablemente la vida del cuerpo es
un
medio para que la conciencia indiferenciada (energía pura, antes que la
forma) se experimente a sí misma como una entidad separada, al
sumergirse (o tejiéndose para existir) en un “paquete” que la contenga?
La conciencia entonces tendría la posibilidad de integrarse
completamente en este paquete para que, como el barro dentro de un
molde, cuando la forma haya destruido la energía que la in-formó
—permitiéndose a sí misma también ser formada por ella— podría retener
la forma única —la individualidad— que la experiencia física le otorgó.
Esta idea es dramáticamente representada una vez más por Alan Moore, en
el comic Watchmen, cuando Jon Osterman se evapora dentro de una
bóveda nuclear y su conciencia milagrosamente logra tejerse a sí misma una
nueva forma física hecha a partir de energía pura, utilizando las
memorias de su antigua identidad como una matriz. Alan Moore
también creó una historia completa de origen para Swamp Thing,
la cual básicamente trata del mismo modelo: Alex Holland atraviesa una
crisis existencial cuando se da cuenta que no es quien (o que) pensaba
que era, sino la inteligencia de una planta que ha heredado las memorias
de Holland.
“Por un beso entonces serías tú capaz
de
darlo todo; pero quien cede una partícula de polvo lo perderá todo en
ese momento”
—Aleister Crowley, The Book of the
Law
En muchos de sus últimos libros,
Castaneda describe algo que llama la Recapitulación. Esta es
probablemente una interpretación demasiado literal del proceso de
integración de la conciencia indiferenciada con su experiencia de
encarnación física e individualidad. Como lo describe Castaneda, la
tarea de un brujo es recapitular su vida entera —incluido cada
pensamiento y cada sueño jamás soñado— creando un estado de alerta
substituto que puede entonces ser ofrecido a “el Águila” (la fuerza
rectora del Universo). En respuesta a este ofrecimiento, al brujo se le
permite mantener su estado de alerta individual (el Don del Águila).
Esta no es una metáfora que yo tome con demasiada literalidad, no más de
lo que intento dolorosamente recapitular cada pensamiento que jamás
haya tenido para conseguir la inmortalidad (aparentemente no funcionó
muy bien para Castaneda, quien supuestamente se volvió loco antes de
morir). Cito ahora esto solo por los paralelismos que presenta con
nuestro actual modelo. También son relevantes las múltiples experiencias
“cercanas a la muerte” que han sido detectadas (NDEs, ver El
Universo Holográfico de Michael Talbot) en las que individuos
atraviesan una revisión completa de vida y re-experimentan cada momento
de su existencia hasta el punto en que estuvieron cerca de la muerte. En
el modelo de Castaneda, en el momento de muerte —o incluso como una
alternativa al morir— un brujo completamente recapitulado “se quema
desde su propio fuego interno” y cada célula de su cuerpo se torna
consciente de sí misma y de la totalidad del cuerpo. Bajo un estado de
alerta celular completamente activado, el brujo “se desliza hacia la
infinidad”, disolviéndose en el sinfín y reteniendo, simultáneamente, un
misterioso remanente de su individualidad.
Una descripción así de épica se lee
mejor como un mito moderno que como un hecho fáctico; sin embargo, puede
relacionarse a una ocurrencia verdaderamente práctica, el encendido de
redes neuronales (en los tres niveles) dentro de nuestros cuerpos mientras
aún seguimos vivos. Esto, hasta donde puedo afirmarlo, es lo que
se conoce en los círculos espirituales como la “iluminación”, mientras
que a la vez es simplemente nuestro estado natural como seres humanos.
En términos existenciales, ello implicaría integrar nuestra conciencia
individual, el ego o el ser personal, con nuestro inconsciente (la suma
total de nuestras experiencias de vida, las memorias de nuestro cuerpo)
para así poder acceder totalmente al “Ahora”, trayendo todos esos
momentos pasados fuera del pasado hacia el presente. La
iluminación conlleva vivir en un eterno presente en el que la conciencia
divina o transpersonal también está presente, tanto a través de
nosotros como siendo nosotros mismos. Cuando una persona muere en un
estado completamente “activado” —con todas las células individuales
unidas para formar un circuito— la red completa se puede transformar en
un vehículo para ser poseído por el “Espíritu”, una “Merkaba” para que
la conciencia divina se deslice hacia la eternidad —fundiéndose con el
infinito y conservando a la vez con el remanentes de su auto-conciencia.
Alternativamente, y tal vez más precisamente, si esta activación ocurre
en la vida, entonces la muerte del cuerpo no seguirá portando un cambio
significativo para la conciencia habitante, pues ya estaría enlazada y
en comunión continua con los reinos más allá de la muerte.[2]
Por esto “cada momento es precioso”:
porque cada momento de nuestras vidas es un enlace en el circuito de
conciencia individuada. Sin la totalidad de esos enlaces funcionando (lo
cual depende de que todos los momentos de nuestra vida sean integrados
en la conciencia), el sistema no puede funcionar como un sistema sino
solo como una colección de partes desconectadas. En la muerte, la
totalidad del individuo o no logra encenderse o hace corto circuito y
explota en el primer instante de la “iluminación”. Podríamos imaginar
los momentos de nuestra vida como “moléculas temporales” que juntas
forman nuestras almas “cuatridimensionales”, cuya construcción es
necesaria si es que nos vamos a fundir con y fluir hacia el continuum
del espacio-tiempo de la eternidad. En terminología oculta, esto es
“atravesar el Abismo”.[3]
El lector podrá haber notado cómo la
recapitulación de los brujos, como forma de burlar al Águila y acceder a
la libertad, es muy similar a la noción religiosa de entregar cuentas
de todas nuestras vidas a San Pedro antes de colarse por las puertas
perladas. La diferencia es que, en el modelo no-religioso, el Universo
no exige penitencia, solo exige cuentas. Dar un recuento total de
nuestras vidas requiere conciencia total mientras todavía estamos
viviendo (en términos religiosos, arrepentimiento y expiación). De
otra forma, si entramos hacia la totalidad de nosotros mismos sin la
necesaria preparación, la sobrecogedora presión de todos esos momentos
no reconocidos, no integrados y sin registro provocarán que hagamos
corto circuito como conciencia y nos desplomemos de regreso a “la
matriz” para otra vuelta dentro del oscuro aserradero satánico de
Blake. En la famosa frase de Sócrates, “una vida no examinada no vale
la pena vivirse” porque no lleva a ninguna parte. Tomado demasiado
literalmente, un juicio tan implacable contiene sin embargo semillas de
elitismo (como ocurre con la obra de Castaneda, en ese sentido y de
cualquier otra doctrina espiritual, religiosa y ocultista que podamos
mencionar). Tomada demasiado literalmente, la idea de que una vida sin
examinarse no tiene valor es también fundamentalmente incorrecta. Al
final del día no hay vidas individuales y todo pertenece a
Dios. Pero Sócrates estaba refiriéndose a la posibilidad de que, sin el
elemento esencial de conciencia dentro de cada uno de nuestros actos, no
hay posibilidad de cohesión o unidad en los incontables momentos que
constituyen nuestras vidas. En el momento de la muerte, esos momentos se
disipan hacia el infinito y regresan a la energía indiferenciada para
ser reciclados como materia en bruto en el movimiento perenne del
Espíritu hacia la individuación. Esta es probablemente la fuente de la
idea popular de la reencarnación, aunque la idea de la reencarnación
ignora convenientemente el hecho de que, una vez que la energía ha
regresado al estado indiferenciado, no retendría, por definición,
ninguna identidad. En tal caso, la única cosa que “reencarna” es Dios/el
Universo. Los momentos de una vida no examinada permanecen como parte
de la tela de la eternidad, que es el cuerpo de Dios, y nada se pierde,
mucho menos resulta “condenado”. Pero la historia de la que fueron parte
se disuelve y se pierde, como si nunca hubiera existido –ya que como
narrativa no fue a ningún lugar en particular (o a ningún lugar nuevo).
La digresión anterior, un tanto
especulativa, hacia un nivel medio de metafísica, ha sido parte de mi
intento de entender el verdadero propósito y los verdaderos daños de los
enteógenos. Es mi opinión que en el fondo los psicodélicos, en el
proceso de expandir la conciencia, perjudican la memoria y hacen
“incontables daños al cuerpo” (especialmente al hígado, que es lo que
somos hasta que morimos[4]).
Creo que cuando “secuestran” y “hackean” los átomos, moléculas, células
y neuronas, lo hacen para sus propios fines. Las plantas no son solo
sensitivas, también tienen volición, así que asumir que no tienen otro
propósito que servirnos es probablemente una muestra más de la
arrogancia humana. Es verdad que, cualquiera que sea la agenda de las
plantas, ingerirlas nos proporciona acceso temporal a un espectro mayor
de conciencia molecular que es nuestro derecho de nacimiento. Sin
embargo, como todo psiconauta sabe, esta visión aumentada solo es
temporal, mientras que los cambios que producen en nuestras redes
neurales, sistema nervioso e incluso nuestro ADN seguramente durarán más
y posiblemente sean permanentes. Si Mckenna murió de un tumor cerebral,
¿tal vez estaba mutando demasiado rápido? Tal vez estaba creciendo un
nuevo órgano, como en la película Videodromo, un órgano cuyo
sentido era percibir la naturaleza verdadera de las cosas, pero que
acabó matándolo en vez de convertirlo en el übermensch [5].
En su libro Initiation, Elizabeth
Haich relata sus supuestas memorias del antiguo Egipto. Haich describe
cómo el iniciado era preparado físicamente por un largo periodo con
ciertas hierbas medicinales que tenían el fin de fortalecer su sistema
nervioso para la elevación de la conciencia que traería consigo el
procedimiento de iniciación. En términos orientales, esto es equivalente
al despertar del kundalini, que es generalmente considerado como
dañino, fatal incluso, si ocurre prematuramente. Los psicodélicos
inducen una conciencia elevada artificialmente, sin ninguna preparación
para el sistema nervioso. Si, como dije antes, la iluminación es
meramente nuestro estado natural como humanos, los psicodélicos nos
llevan en la dirección opuesta, catapultándonos a un estado innatural
que al mismo tiempo simula cercanamente el estado natural y por lo
tanto ofrece una sensación de obtener una “realidad superior”. También
llevan al correspondiente bajón y, en términos generales, al deseo de
recrear ese estado. Hablando personalmente, de nuevo, todavía estoy
pagando impuestos retroactivos de mis viajes ilícitos, no solo en una
salud vacilante, sino en mi lucha diaria por estar contento con la
conciencia mundana ordinaria. Lo que causa el daño, estrictamente, no es
el químico que se ingiere, sino la conciencia energética a la que se
permite acceso a nuestro sistema nervioso o lo que se desprende de ella,
a saber, la fuerza del kundalini. Probablemente sea una mezcla de
ambas.
Cada esperma es sagrado y cada célula
es
vital para el funcionamiento del todo. Esas células secuestradas,
receptores mutados o células fragmentadas —si no mutaron y simplemente
fueron quemadas como sacrificios en el altar de “la conciencia
expandida”— deben regenerarse. Sin ellas nuestro campo electromagnético
puede acabar como una serie de luces navideñas con focos faltantes: una
falla, todas fallan. Todas las células de nuestro cuerpo almacenan
información de nuestro pasado y cada momento de nuestras vidas va a ser
llamado a la mesa en el día del ajuste de cuentas. En términos simples,
las ganancias de los enteógenos son gravadas con severos impuestos. La
mayoría de los experimentadores, sin conciencia de esto, continúan
disfrutando de sus ganancias sin ninguna pista de cuántos impuestos
están acumulando. Pero eventualmente se paga la estafa y solo hay una
cosa más segura que los impuestos.
[1]
Como Don Juan dijo alguna vez a Castaneda: “Todas las facultades,
posibilidades y logros de la brujería, desde los más simples hasta los
más increíbles, se encuentran en el propio cuerpo humano” (El Don
del Águila).
[2]
En una nota al pie Castaneda describe la utilización de plantas de
poder por última vez como un detonante por el cual entrar hasta el fondo
del camino “al nagual”, el cual uno de sus grupos equipara con el
“reino de los cielos”. Terence McKenna rasuró el lirismo de entrar al
Ahora: “La física alternativa es una física de la luz. La luz está
compuesta por fotones, los cuales no tienen una antipartícula. Esto
significa que no hay dualidad en el mundo de la luz. Las convenciones de
la relatividad nos dicen que el tiempo se desacelera mientras uno se
acerca a la velocidad de la luz, pero si uno trata de imaginarse la
perspectiva de algo hecho de luz, uno debe darse cuenta que lo que nunca
se menciona es que si alguien se mueve a la velocidad de la luz
entonces no existe el tiempo.Hay una experiencia de tiempo cero [...] la
única experiencia de tiempo que alguien puede tener es de un tiempo
subjetivo que es creado por sus propios procesos mentales, pero en
relación al universo newtoniano no existe el tiempo. Uno existe en la
eternidad, uno se ha convertido en algo eterno, el universo esta
envejeciendo a un ritmo vertiginoso alrededor de uno en esta situación,
pero eso es percibido como un hecho de este universo —la manera en la
que percibimos la física Newtoniana como un hecho de este universo. Uno
ha transitado hacia el modo eterno. Entonces uno está separado de la
imagen en movimiento; uno existe en la plenitud de la eternidad”, “New
Maps of Hyperspace,” Magical Blend magazine.
[3]
Crowley sobre cruzar el Abyss: “Entonces todo fenómeno que se le
presenta aparecerá como sinsentido y desconectado, y su propio Ego se
romperá en una serie de impresiones que no tendrán relación entre sí, ni
con alguna otra cosa”. Liber OS Abysmi vel Daath.
[4]
[“especially the liver, which is what we are until we die: livers”,
escribe Kephas haciendo un juego de palabras con la similitud fonética
entre "hígado” y “vivir”. Nota del traductor]
[5]
“Creo que la excrecencia en mi cabeza, esta cabeza, esta aquí. Creo que
no es realmente un tumor… no un pedazo de carne borboteante,
incontrolado y sin dirección… pero de hecho es un nuevo órgano… una
nueva parte del cerebro” Brian O’Blivion, Videodrome, escrito
por David Cronenberg.
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