Experimentos (con roedores?)
sugiere que la
memoria se compone de pequeños paquetes de información y no de un flujo
continuo siempre accesible para quien intenta recordar el nombre de una
persona o el lugar donde despierta.
Es más o menos frecuente pensar la
memoria como una especie de torrente continuo en el que fluyen todos los
recuerdos de nuestra vida. La célebre madalena de Proust se interpreta
(equivocadamente, hay que decirlo) como un ejemplo de cómo un detalle
nimio —un sabor, un olor— puede despertar la fuerza de ese cauce y
sumirnos en una especie de flujo ininterrumpido de memorias.
Sin embargo, científicamente todo
parece
indicar que esta es una metáfora equivocada. Un experimento realizado
con ratones sugiere que los datos contenidos en la memoria se almacenan y
utilizan más como paquetes que como un solo flujo: la memoria no como
un solo libro en el que podemos ir y venir entre sus páginas, sino,
mejor, como una biblioteca de cientos o miles de libros a nuestro
alcance.
La prueba consistió en engañar a un
grupo de ratones haciéndoles creer que se les había teletransportado de
una habitación a otra al tiempo que se monitoreaba el comportamiento de
su cerebro. La supuesta “teletransportación” se daba al cambiar
súbitamente a los ratones de una habitación decorada de cierta manera a
otra totalmente distinta mediante un mecanismo en que estas distintas
decoraciones se encendían a voluntad de los investigadores.
La actividad cerebral de los ratones
mostró que para cada uno de los cuartos estos habían generado distintos
patrones, dos mapas distintos memorizados por separado. Para ubicarse
los roedores pasaban de un mapa a otro después de una pequeña pausa.
Además los ratones no mezclaban ninguno de estos dos patrones,
impidiendo una posible confusión en sus recuerdos.
Este
fenómeno, de comprobarse en el
cerebro humano, podría explicar por qué dudamos por un momento al
recordar el nombre de una persona que conocemos pero hace tiempo no
veíamos o ese instante de duda al despertar en un lugar parcialmente
desconocido —como si recordáramos a medias el fragmento de un texto pero
pudiéramos repetirlo a la perfección solo hasta tener el libro en
nuestras manos.
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