La palabra Demiurgo significa “Constructor, Artífice” y es
habitualmente referida, en términos cosmogónicos, en relación con el
surgimiento y formación de los Universos: Fue usada por los antiguos y
más notables filósofos griegos, como por ejemplo Platón y, a partir de
ahí, por diferentes escuelas y autores, con mayor o menor propiedad.
Como sea que Platón expone, en la medida de lo posible y bajo los
necesarios velos, partes relevantes de la Ciencia Espiritual, es normal
que, en la exposición de la Cosmogonía Oculta, se recurra a veces a esa
palabra.
Se podrá pensar
inmediatamente que “Demiurgo” designa, entonces, a Dios Padre Creador de
todo cuanto existe, y sin embargo esa es una formulación simplista e
incorrecta, que no puede, sin más, ser suscrita por la Sabiduría
Esotérica. Hay inmensas cuestiones y vertientes a ponderar. Ciertamente,
no podríamos (aunque lo supiésemos) exponerlas todas. No en vano, no
vamos a eludir algunas de las principales.
El dolor y la imperfección del mundo
Toda la Humanidad es digna de compasión; aunque individualmente
considerados, seamos, en muchas ocasiones, mezquinos. Gran parte de los
seres humanos se asemejan a muñecos de cuerda. La imagen puede parecer
algo dura, pero intenta ilustrar una actitud muy vulgarizada: las
personas surgen en este mundo, se mueven mucho, hacen y dicen muchas
cosas (un número considerable de las cuales, tal vez, inútiles); sin
embargo nunca se preguntarán por qué y para qué están aquí; qué es eso
que en ellas palpita, que les permite moverse, pensar, tener
sentimientos; qué sentido real y profundo deben de tener sus
existencias. Cuando lo hacen, en gran parte de los casos rápidamente se
entregan en los brazos de alguna creencia más o menos simplista o,
cuanto más pertinaces son, se convierten en fanáticos de ésta o aquella
Iglesia (o de cualquier otro sucedáneo). Desgraciadamente es raro el
investigador genuíno, que busca incesantemente la verdad, que no tiene
miedo de enfrentarse a las preguntas y a ver el mundo tal cual es, que
exige respuestas profundas, firmes y consistentes.
No obstante, al presumir que los lectores de
“Biosofía”, por el tipo de temáticas sobre las que muestran interés, han
de ser dados a la reflexión, pensamos que no constituye ninguna
exageración afirmar que seguramente ninguno de nosotros, al menos una
vez en la vida, haya experimentado una sensación de dolor, de
sufrimiento, de vulnerabilidad o de verdadera tristeza. Esto sucede
particularmente en los momentos más críticos, cuando somos asaltados por
una enfermedad, por un problema personal, por la muerte de algún ser
querido; también cuando observamos los horrores del mundo que nos rodea,
especialmente en el siglo pasado (y que también comienzan en el recién
iniciado), en que la humanidad viene realizando grandes conquistas
científicas y tecnológicas, pero que con ello construye medios de
destrucción auténticamente asombrosos, y en que, aquí y allí, se
cometerán iniquidades que nos hacen casi desfallecer de horror al tener
conocimiento de ellas; cuando constatamos el océano de dolor y de locura
en que la humanidad en general está inmersa; cuando en fin “apenas”
sentimos aquella angustia, aquella insatisfacción, aquel vacío
fundamental que tantas veces nos acompaña en el día a día…
En
esas ocasiones, en alguna fase de nuestra vida, seguramente nos
habremos interrogado si no existe un Dios en el “Cielo”, o, si existe,
por qué permite que estas cosas puedan suceder en el mundo…
El
problema del mal
Más aún: cuando vemos
que no solo a nosotros, humanos, nos afecta el dolor y la miseria, sino
que el sufrimiento puede ser tan cruel y brutal también entre los
animales, en su lucha por la supervivencia; cuando vemos que hasta en el
reino vegetal hay destrucción, cuando observamos que, en la Naturaleza , hay
tentativas fallidas, fracasos o incluso (¿aparentes?) aberraciones;
cuando constatamos que todo ser que conozcamos es limitado y, por tanto,
imperfecto; cuando, en fin, nos enfrentamos al problema del mal 1
–de la existencia del mal en el Universo-, confirmamos cómo tienen
plena vigencia las poéticas palabras del Buddha Gautama: “No te engañes,
Ananda, toda la existencia está llena de dolor. Así, llora el niño
desde que nace…”. Y añadía, en cuanto a todo lo que intentamos eludir:
“Si Dios permite tales cosas, no puede ser bueno; o si no, no tiene
el poder de evitarlas, es que no puede ser Dios” 2 .
De
hecho, si existe –si existiese- un Dios simultáneamente Absoluto,
Creador, Todopoderoso e infinitamente Bueno, ¿cómo es que no quiso o no
puede hacer un mundo mucho más perfecto (es decir, infinitamente
perfecto) y feliz (es decir, infinitamente feliz, bienaventurado) que
éste? 3 .
Respuestas
incoherentes
La teología de las Iglesias Cristianas se ufana
–literalmente 4- de tener una respuesta para ese problema.
Sintetizando, su posición es ésta: Dios es una Persona –que es también
tres personas 5- distinta del mundo, que creó de la nada
(concepción teísta), de la misma forma que crea a las almas humanas
(pues los animales, por ejemplo, no tendrían alma) cada vez que es
concebido un cuerpo al que se va asociar. Dios creó al hombre para ser
feliz en este mundo, aunque siempre en una condición limitada. Al haber
sido tentados por el demonio a ser idénticos a Dios, para lo cual
comieron del Arbol del Conocimiento del bien y del mal, remotos
antepasados nuestros habrían cometido el pecado original, motivo por el
cual tenemos que sufrir -¡y mucho!- en este mundo (así lo interpreta el
primer libro de la Biblia ).
Algunos millones de años después, Dios envió a su Hijo (que es El
mismo…) para redimirle (a los que creen en El) del pecado que había
entrado en el mundo y para “conducirnos a la vida eterna”.
¿Difícilmente
alguna vez se concibió una idea tan incoherente, disparatada y ofensiva
para el más mínimo sentido de la justicia y de la lógica?. Y si no
veamos:
1) Existiendo un Dios personal,
infinitamente justo, creador y gobernante moral del Universo, donde
interviene siempre que le parece conveniente 6 –que es lo que
sostienen todas las teologías- ¿de qué modo podemos entender y aceptar
que millares y millares de generaciones de seres humanos, muchos miles y
miles de millones de hombres y mujeres continúen sufriendo las
consecuencias de un hecho al que no contribuyeron, dado que no existían
en el momento en que ese hecho fue –por otros- llevado a efecto
(recordemos que las Iglesias cristianas no aceptan la idea de la
preexistencia de las Almas, de la Reencarnación y del Karma)?. ¿Alguien
hallaría justo que un juez nos aplicase una pena de prisión y de multa,
(con intereses y gastos, faltaría más…) por un delito cometido por un
antepasado nuestro que vivió –a modo de ejemplo- 100.000 años atrás? Si
tal cosa ocurriese, cualquier ciudadano en su sano juicio sentiría la
más profunda indignación y el sentimiento de ser objeto de una
injusticia colosal. Seguramente consideraría al juez (o en su caso al
legislador) inicuo, estúpido, monstruoso. Habría muchas probabilidades
de que hubieran manifestaciones de protesta, desacatos, violencia, etc.
¿Cómo entonces admitir que el legislador o el Juez divino, infinitamente
justo y sabio, pudiera tener tal iniquidad, insensatez y
monstruosidad?. Y como se podría, aún así, dirigírsele alabanzas (como
las que supuestamente se hacen o deberían de hacerse a un Dios)?.
Muchas veces nos preguntamos cómo es que tales
“explicaciones” pueden ser concebidas o aceptadas, y solo encontramos
dos razones: el fanatismo retorcido y mal informado de algunos (los
inventores de tal historia) y la indiferencia del ciudadano común ante
cualquier espiritualidad profunda, que de hecho no toma en serio y que
por eso no cuestiona, como lo haría si estuviesen en causa, por ejemplo,
valores monetarios que le afectasen. En ese caso, y porque la cuestión
sí le importaría, vislumbraría inmediatamente la inmensidad de tal
injusticia…
2) Si Dios es omnipotente e
infinitamente bueno y hace a todas las criaturas como el quiere, ¿por
qué ha concebido a un ser limitado como el ser humano, incluso en su
estado original de gracia?. Y por qué crea seres, como los animales,
condenados también al sufrimiento –y, según tal teología, a la
extinción-, y no obstante tienen sensibilidad al dolor, emociones,
sentimientos y hasta inteligencia?.
3) A esto
pueden unirse multitud de cuestiones, de las que solo suscitaremos
algunas, y, aún así, nos limitaremos a dejar las preguntas sin más
comentarios: ¿debería el ser humano permanecer infantilmente, sin
discernimiento propio, sin ciencia (del bien y del mal)?. El original
del libro del Génesis 7 ¿habla de un Dios y de los Elohim
(una pluralidad, una Jerarquía)?. ¿Y por qué, en el mismo libro, se
habla ya sea de los Elohim, o ya de Jehová (e incluso, en medio, del
Elohim-Jehová)?. Y la primera palabra bíblica, aún en el Génesis,
palabra que es Berasit o Berasheth ¿significa en el
principio (en el sentido de, en el inicio, en el comienzo), o
significa Sabiduría (en la cual fueron creados el cielo y la tierra,
etc.)?. y ¿cómo podría ser Dios infinito y absoluto, si hizo surgir a
mundos y a criaturas de la nada, (lo cual querría decir), de algo que no
Le es propio?. Y, ¿por qué explicable y aceptable razón –en
vista de que la Humanidad
ya tiene una Edad tan antigua- Dios no habría
desencadenado inmediatamente Su plan de salvación, y solo apenas hace
dos milenios (después de haber transcurrido incontables otros), vino a
la tierra Su Hijo (recordemos que los menos de 4000 años de Judaísmo y
los 2000 años de Cristianismo son una mínima fracción de la Historia de la Humanidad )?.
Finalmente ¿por qué existen textos comogónicos y antropogenéticos mucho
más antiguos que el Génesis y de los que éste es un simple
resumen más o menos confuso?.
El
segundo Dios
El hecho es que existen dolor, limitación y fallos
en el Universo. Por alguna buena razón, los gnósticos cristianos de
hace cerca de dos milenios –desgraciadamente considerados como herejes
por el Cristianismo distorsionado que luego triunfó- consideraban a
Jehová como Demiurgo de un mundo inferior, imperfecto,
rechazando su identificación con el Padre celestial referido por Jesús
y, menos todavía, como el Absoluto. Pretendían esos gnósticos –como
Simón, Marción, Valentino, Basílides y de alguna forma también el propio
San Pablo- cortar la relación con el Jehová celoso y vengativo que
aparece en tantas páginas del Antiguo Testamento. (Algunos gnósticos se
referían a Ilda-Baoth como creador de nuestro globo físico, i.e.,
la Tierra ,
tal y como se puede ver en el Codex Nazarenus –el Evangelio de
los Nazarenos y los Ebionitas- y lo identificaban con Jehová. Ilda
Baoth es el “hijo de las tinieblas”, en un sentido pésimo. Para más
referencias, cfr. “Isis sin velo” y “ Glosario Teosófico”). Por herético que este concepto hoy pueda parecer, es difícil
negar que encuentra acogida en el Evangelio según San Juán. Recordemos
partes de su 1º Capítulo. “Al principio era el Verbo, y el Verbo
estaba junto a Dios… El estaba al principio junto a Dios… Nadie vió
jamás a Dios”. Por tanto, este Dios Supremo, que “nadie vió
nunca”, no puede ser el Jehová visto y descrito en el Antiguo
Testamento.
“¿Pronunció Jesús alguna vez el
nombre de Jehová?. ¿Alguna vez se puso ante su Padre como ante ese juez
severo y cruel; a su Dios de misericordia, amor y justicia, como al
genio judío de la represalia? ¡Jamás!. Desde el día memorable en que
predicó su Sermón de la
Montaña , un inconmensurable vacío se abrió entre su Dios y
aquella otra divinidad que fulminaba sus mandamientos desde otra
montaña, el Sinaí” 8 9.
En cualquier
caso, los filósofos más ilustrados siempre rechazaron identificar al
Demiurgo con la Divinidad Suprema ,
y se ha hecho célebre la denominación que le fue dada por Filón: el segundo
Dios.
El problema del mal antes
mencionado ha perturbado a algunos de los más notables pensadores, como
por ejemplo fue la preocupación de Leibnitz de intentar
demostrar que Dios lo hizo todo de la manera más deseable, no pudiendo
hacerse mejor.
Todavía el referido problema
acabó por conducir a algunos buscadores, incluso honestos, de la Verdad a una posición
de ateísmo (o al menos de agnosticismo).
La Ciencia Oculta reconoce
la incompatibilidad entre el hecho de que exista un Universo sublime y
extraordinariamente ordenado, aunque imperfecto, y la idea de que haya
sido creado por Dios Absoluto. Sostiene, de hecho, que el Absoluto no
podría concebir ni crear (por lo menos directamente) lo relativo y
condicionado y, menos aún, algo externo a Sí mismo; la Creación a partir de
la nada, supondría añadir algo al Absoluto, lo cual es insostenible. No
obstante, el Ocultismo no es agnóstico y
tampoco es ateo, excepto en el sentido de rechazar las concepciones
antropomórficas de lo Divino.
Varias
acepciones de divino
El Esoterismo asocia la idea de la Divinidad a tres
niveles fundamentales, que indicamos a continuación de forma sucinta:
I)
Un Principio Universal, Impersonal, Ilimitado, Innominado e Inefable,
absoluto Ser y no-Ser (bien como Consciencia absoluta, y absoluta
Inconsciencia de cualquier cosa ilimitada), porque su único
atributo es El mismo. Es causa incausada, infinita y eterna; la Realidad Una y
Absoluta, anterior y transcendente a todo lo que es manifestado y
condicionado.
Estamos ante el Parabrahman
(o, todavía, del Brahman Supremo, o Brahman Indiviso o Brahman
Nirguna, esto es, sin atributos) de los vedantinos, o Ain Soph
de los cabalistas, o Dios Supremo Ignoto de los antiguos
griegos, o Dios Inmanifestado o Transcendente de la teosofía
cristiana. En última instancia, sin embargo, el uso de la palabra
“Dios” (y más atendiendo al sentido que se le da vulgarmente) es
inequívoca. Aquello a lo que se alude aquí no es a El ‘Dios’ o a
un Dios sino al Espacio Infinito e Ilimitado, de donde todo
surge, el Gran “Contenedor”, el Arik-Anpin (el nombre dado, en
este sentido, al Universo por los cabalistas), aquello que es, fue y
será, aunque todos los mundos existentes desaparezcan.
II)
La 2ª proposición de la Doctrina Secreta se refiere a los “Universos innumerables
manifestándose y desapareciendo… como el flujo y reflujo periódico de
los mares”.
Tenemos, de este modo, a los Logoi
Creadores que, emanando e irradiando de la Realidad Una y Manifiesta, se
vuelven la Divinidad Manifestada
e Inmanente de un Universo, desde el Ser Supremo
del Cosmos total a los Logoi Solares o, más aún, a los Logoi
Planetarios. Cada uno de estos seres puede ser considerado el
Dios, o Brahman Inferior o el Brahman Saguna (esto
es, con cualidades) o Ishvara de Su propio Universo, del cual es el
Espíritu más elevado. Cada uno de estos Seres es el Demiurgo en la
esfera de Su propio Cosmos
Mientras tanto, la
referencia al Logos o Demiurgo, es también, una simplificación. El
Logos es el más levado Jerarca de un sistema o Cosmos, es
decir, el vértice superior de una Jerarquía, de una Legión, de un vasto
conjunto de Creadores; el Demiurgo expresa una colectividad abstracta de
Constructores.
La “Doctrina Secreta” admite un Logos, o un ‘Creador’ colectivo del Universo; un Demiurgo, en
el mismo sentido en que se habla de un Arquitecto como ‘Creador’ de un
edificio; aunque el Arquitecto no hubiera tocado ni una piedra siquiera,
sino simplemente hubiera elaborado el plano, dejando todo el trabajo
manual al cuidado de los operarios. En nuestro caso fue el plano trazado
por la Ideación del
Universo, y la obra de construcción fue entregada a las Legiones de
Fuerzas y Potestades inteligentes. Pero aquel Demiurgo no es una
divinidad personal, esto es , un Dios extracósmico imperfecto,
sino una colectividad de Dhyan Chohans y de las demás fuerzas”.
Esta
era igualmente la concepción de Platón. Al referirse al Demiurgo no
pensaba en uno o él Dios (aunque a veces, ciertas
traducciones e interpretaciones, incapaces de apartarse de los
preconceptos culturales y religiosos de hoy, parezcan hacer suponer que
sí). En efecto, “Hay que sublimar el carácter politeísta del concepto de
divinidad que Platón nos presenta en Timeu: la divinidad es
participada por varios dioses, cada uno de los cuales tiene una función y
campo propios, siendo el demiurgo tan solo su jefe jerárquico”; “No hay
aquí señal alguna de monoteísmo: en la creencia en la divinidad está la
creencia en los dioses: la divinidad es participada igualmente por un
número indefinido de entes divinos. De los cuales los más elevados
tienen en los astros sus cuerpos visibles (Leyes, 899-a-b)”.
La
distinción entre lo Divino Inmanifestado y el surgimiento del Demiurgo
en el plano de transición de lo Inmanifestado/Inmanifestado,
justifican su ya referida designación como “Segundo Dios”, que “es la Sabiduría del Dios
Supremo”.
El Demiurgo forma el
Cosmos del Caos. Es el vértice que actúa en la Sustancia Pre-Cósmica (en la Raíz de la Sustancia , o
Mulaprakriti, como la denominan los vedantinos) y que la activa,
despertándola para la existencia Cósmica. El Eterno Pensamiento Divino
Absoluto, no Inmanifestado, se convierte en Ideación Cósmica, como el
plano concreto para un Universo. La
Mente Cósmica viene entonces a la existencia
–pasa de la potencia al acto-, porque despiertan los Ah-Hi,
los Dhyan Chohans, los dioses, las Potencias Creadoras, los
Hijos Radiantes de la Aurora Manvantárica
, las Estrellas que surgen de la Tinieblas Primordiales y
que pasan a ser la sustancia y el continente de esa Mente Cósmica
o Alma Universal o Sofía o Ennoia-Ofis o Binah.
“El Caos, según Platón y los
pitagóricos, se volvió el ‘Alma del Mundo’. El ‘Primogénito’
de la Divinidad Suprema nació
del Caos y de la Luz Primordial ,
el Sol Central. Ese ‘Primogénito’ no era, con todo, sino el agregado de
la Legión de
los Constructores, que las teogonías antiguas llamaban Antepasados,
nacidos del Abismo o Caos y del primer Punto”; “Las diferentes
cosmogonías muestran que el Alma Universal era considerada por todas las
naciones arcáicas como la
Mente del Demiurgo creador; y que era llamada la Madre , Sofía o la Sabiduría femenina
por los gnósticos; Sephira por los judíos, y Sarasvati o Vach por los
hindúes, siendo el Espíritu Santo un principio femenino.”
El
Universo está construído de acuerdo con los modelos de los Eide o
Ideas a que se refería Platón, y de las cuales el Demiurgo –la
colectividad de Inteligencias Espirituales que lo integran- se sirve
para ordenar la Sustancia
y transformar el Caos en Cosmos. Así el Demiurgo es el
agente de las Leyes Divinas que rigen el Universo.
III)
Cada uno de los Dhyani Chohans, Inteligencias Divinas, Potencias
creadoras –o dioses, en otras palabras- que, como decimos,
integran colectivamente el Demiurgo, el Logos, el Verbo Creador del
Pensamiento Divino, colaborando en la construcción, sostenimiento y
dirección de todo el universo objetivo, de cada una de sus formas, de
cada uno de sus átomos. Así, todas las entidades, en su propio Plano de
raíz divina –como dioses- integran una de las grandes Jerarquías
Creadoras, en que las Mónadas Humanas, los Hombres Divinos, se incluyen.
El Universo existe (o es) trans-temporalmente en el Pensamiento Divino,
pero se va ejecutando en un largo devenir, a través del concurso de
todas las unidades de vida divinas (las realidades íntimas de todas las
existencias) que van avanzando, en grados cada vez más elevados, por
medio de la activación de su inteligencia creadora latente. Y todos
somos corresponsables en volver más perfecto al Universo.
Los
Dhyani-Chohans o Jerarquías Creadoras son mencionados en las
tradiciones más occidentales (y, sin mucho rigor, llamadas monoteístas)
como Hijos de Dios, Hombres Primordiales, Elohim, Angeles (diferentes
de los lamentables y abusivos tratamientos que se les ha dado en toda
esa literatura tan vulgarizada últimamente) Arcángeles, Tronos, Virtudes
Potestades, Dominaciones, Principados, Querubines, Serafines,
Potencias, Degrados, Anuphain, Siete Espíritus delante del Trono,
Ancianos, etc.
El Demiurgo y
la Sustancia
El Ocultismo afirma la eternidad de la materia, o
más bien de la Sustancia
, o mejor todavía, del Espacio que es su matriz y esencia
supersensible. “La materia es tan indestructible y eterna como el propio
espíritu inmortal, aunque (…) no como formas organizadas”.“¿Cuál es la única cosa eterna en el
Universo, independiente de otras cosas? El Espacio. ¿Qué cosas son
coexistentes con el espacio? (I) La duración. (II) La materia. (III) El
movimiento, porque éste es la vida imperecedera (consciente o
inconsciente, según el caso) de la materia, incluso durante el Pralaya. Debe de destacarse, pues, que para el Ocultismo, no existe tal
cosa como la Materia Muerta. La Vida Una y Omnipresente “… no sólo
penetra sino que es la esencia de cada átomo de la Materia ; y, por tanto, apenas
tiene correspondencia con la
Materia aunque posea también todas sus propiedades…” .
Como también ya hemos referido innumerables veces, en la concepción
Esotérica, la Materia no
es apenas la Sustancia física
que nuestros sentidos aprehenden y que las ciencias experimentales
estudian, puesto que existen niveles de sustancialidad inménsamente más
sutiles, en una jerarquía septenaria de Planos. Existe, por ejemplo,
sustancia o materia del Plano Mental… y en otros aún más elevados,
habitualmente llamados Espirituales (en todos los planos existen los dos
polos, Espíritu y Materia interrelacionados, aunque en diferentes
condiciones y peso relativo). Lo que al final la Ciencia Oculta afirma
es que nada está desprovisto de sustancia, que todo tiene,
necesariamente, un substratum ontológico, y que el Ser, en el
nivel primero del Cosmos, es la Esencia Una
tanto del polo Espíritu, como del polo Materia.
Así
el Demiurgo forma el Universo a partir de una materia prima ya
existente, por eterna, pues la llamada creación ex nihil (a
partir de la nada) no tiene sentido, porque nada puede ser nada, porque
la nada no puede existir, excepto si diéramos a la palabra nada el
sentido “sin atributos”. En los niveles inferiores de la existencia
universal la materia es más densa, y las Ideas, de acuerdo con las
cuales los mundos son formados y evolucionan, se manifiestan menos
cristalinamente y también son menos elevadas y perfectas las Potencias
Creadoras operantes. Como ya refiriera Platón en el “Timeu” (su
principal obra cosmogónica), el Demiurgo no es omnipotente: produce el
Cosmos tan bien “como le es posible” y tiene que conformarse con los
efectos contrarios de la “necesidad”
condicionada y de la necesidad kármica.
La
importancia de la
Cosmogénesis Ocultista
Aunque haya quien pueda entender árido e inútil
el abordar las cuestiones más sutiles y profundas de la Cosmogénesis , su
comprensión tiene implicaciones incontrovertibles en los paradigmas
culturales, científicos, religiosos vigentes y que condicionan el mundo.
Por
ejemplo: la clara noción de una Ser-idad (Be-ness en
expresión de H. Blavatsky), como Principio Absoluto Increado e Increador
(de cualquier cosa relativa) y, de manera diferente, del Logos o
Demiurgo, como “agregado colectivo de todas las inteligencias
espirituales creadoras”, aunque no absolutas ni perfectas, (por lo que
se manifiestan en el espacio y en el tiempo relativos, evolucionando
hacia niveles cada vez más amplios y elevados 26), permite
encarar el ya referido –y dramático- “problema del mal”; vuelve evidente
la realidad de la justicia en el Universo, ya que depende del querer
colectivo de todos los Hijos del Divino; responde satisfactoria y
plenamente a la pregunta de los científicos: “Si el Universo es obra de
un Dios Perfecto y Omnipotente, ¿cómo es que la Naturaleza parece revelar
intentos y errores, o sea, tentativas fallidas?” (Ver, a modo de
ejemplo, “Cosmos” de C. Sagan); pone término a las preguntas “¿Dios
existe?”, “¿Creo en Dios o no?” y “Si Dios creó todo, quién o qué creó a
Dios?”, porque la respuesta sería evidente y las preguntas inoportunas y
sin sentido: El Ser (el Espacio en el sentido más radical y profundo)
es eterno y necesario.
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