Dónde está la mente? (La memoria es incorpórea?)

¿Dónde está tu mente? ¿en tu cerebro? ¿en tu cuerpo? ¿en el mundo? ¿en la interacción de todos estos? La neurociencia y la filosofía se preguntan hasta que punto se extiende la mente.
Ubicar la mente solamente en el cerebro, aunque  común, en la actualidad parece ser una concepción limitada de nuestros procesos cognitivos.  Ya se lo preguntaban los Pixies en su canción de 1988 Where is my mind? (¿Dónde está mi mente?). Lo que implica una respuesta bastante más compleja que sólo tomar imágenes en resonancia magnética para ver que zonas del cerebro se encienden y decir que sólo ahí, en una masa gelatinosa y eléctrica de nervios que pesa 1.5 kilos, se se deposita toda nuestra capacidad de procesar el universo. Es decir, que la mente, concebida como la res cogitas de Descartes, es una cosa, restringida a una delimitación física dentro de la cabeza. Sin embargo, la respuesta a la extensión de la mente, sin ser definitiva, es mucho más fascinante.
El filósofo Andy Clark escribe un interesante artículo en el NY Times, en el que presenta sólidos argumentos para pensar que la mente se extiende más allá del cerebro, al cuerpo y al mundo. Clark menciona la famosa analogía del hombre borracho que busca sus llaves bajo el faro de la calle y que, cuando se le pregunta que por qué las busca sólo ahí, responde que porque ahí está la luz,  y la relaciona con el hecho de que la neurociencia hace un poco lo mismo al pensar que todos los pensamientos y la conciencia ocurren en el cerebro ya que ahí es donde se prenden las luces.
Un ejemplo de como la mente, la cognición, se ve afectada por procesos más allá del cerebro, es el trabajo de los investigadores Susan Goldin-Meadow y David McNeill, quienes han realizado exámenes de diferentes tareas mentales en los que se prohibe utilizar el cuerpo para gesticular o realizar algún otro tipo de movimiento conspicuo. En varios tipos de tareas mentales, los experimentos han mostrado que cuando se inhiben estos gestos la mente se desempeña con menor proficiencia, algo que sugiere, sin creer que tenemos neuronas en los brazos como los pulpos, que otras partes del cuerpo contribuyen al pensamiento y al razonamiento (y seguramente también a la intuición). A colación es interesante que Nietzche escribió: “Todos los pensamientos verdaderamente grandes fueron concebidos caminando”, alertando sobre esta interacción mente-cuerpo en la que no sólo el movimiento de las piernas y los brazos, sino el espacio que se atraviesa alteran el funcionamiento de nuestra mente.
Andy Clark, profesor de metafísica en la Universidad de Edinburgo, argumenta que la mente humana es parte de una red de relaciones con el resto del cuerpo y el mundo en el que habita, lo que incluye la tecnología que en muchos casos funciona como “prótesis cognitivas”, o “elementos bioexternos” ampliando la idea de Mcluhan de que los medios son extensiones de nosotros mismos. En este sentido la computadora con la que lees esto o el smartphone con el que hablas con otra personas son parte de tu mente.
“Por lo menos, mentes como las nuestras son los productos no del procesamiento neural solamente, sino de una interacción iterada y compleja entre cerebros, cuerpos y los muchos ambientes diseñados en los que trabajamos y vivimos”, escribe Clark.
La teoría de la mente extendida o de la actividad mental externa señala que el organismo humano está vinculado con una entidad externa en una interacción bidireccional, creando un sistema emparejado que puede ser visto en sí mismo como un sistema cognitivo. “Todos los componentes del sistema forman un rol activo causal, y conjuntamente gobiernan el comportamiento de la misma forma que generalmente lo hace la cognición. Si removemos el componente externo la competencia en el comportamiento del sistema caerá, de la misma forma que si removieramos una parte del cerebro”.
Clark hace una interesante comparación, mencionando que si bien creemos que los aparatos, gadgets y prótesis que utilizamos para relacionarnos y pensar el mundo (para ser-con) son removibles (y que por esto no serían parte de nuestra mente), lo mismo puede decirse de nuestros cuerpos. Cita a Avicena “Estos miembros corporales no son más que vestimentas; las cuales, ya que han estado adheridas a nosotros por mucho tiempo, creemos que son nosotros, o partes de nosotros y la causa de esto es el largo periodo de adherencia: estamos acostumbrados a remover la ropa y tirarla,  algo a lo que estamos completamente desacostumbrados con nuestros miembros corporales” (lo mismo ocurre con nuestro circuito cognitvo, dice Clark ¿el yo que se sienta arriba,emitiendo órdenes en nuestra cabeza, una ilusión, un delirante dictador?).
Clark aquí abre una incorpórea puerta secreta, aunque su idea fundamental es la de la mente como una red de interacciones, un proceso interdependiente -adentro con afuera-, se atisba la idea de que la mente en una de sus formas principales -la memoria- no necesita de un cerebro para existir (el cerebro en todo caso sólo sería necesario para un tipo específico de percepción, como una antena). La teoría de la formación causativa del biólogo Rupert Sheldrake se sustenta en que la naturaleza tiene una memoria inherente, esto es un tipo de campo de información ubicuo en el espacio como la gravedad, accesible en mayor o menor intensidad según la cercanía biológica (es decir la memoria de la especie humana es más accesible a los humanos que a los rinocerontes y la memoria (o campo morfogenético), por ejemplo, de los indígenas huicholes es más fácil de acceder para otro huichol que para un hombre blanco de Nueva Zelanda; aunque un neozelandés podría acceder a la información y a los patrones de comportamiento de los huicholes sin interactuar directamente con ellos por resonancia mórfica e incluso podría ser posible que el neozelandés accediera a la memoria de los rinocerontes).
Si vamos más allá de la neurociencia hacia el ámbito de la metafísica podemos navegar con la idea de que la mente está en todas partes, que no somos nosotros los que tenemos una mente, sino es la mente la que experimenta tener un cuerpo, se experimenta a sí misma en todas las formas posibles. La filosofía metafísica de Oriente en algunos casos sostiene que el universo, el todo en cada parte, es consciente de sí mismo. El éter o akasha que compone al espacio es un medio donde fluye la información sin necesidad de un cerebro: en cualquier parte se encuentra toda la memoria del sistema cósmico. La tradición hermética, de forma similar, mantiene que el mundo no está hecho, en su constitución fundamental de materia sino de mente (“la mente infinita del Todo es el vientre de unversos”, dice el Kibalion). Tal vez sea significativo que  en la física cuántica las partículas subatómicas actúan como si tuvieran una mente propia, conectadas instántaneamente a todas las otras partículas con las que han interactuado, sin importar la distancia a la que se encuentren y colapsando su función de onda al ser observadas por otra mente. Esto era lo que Einstein llamó “spooky action at a distance”, invocando la cualidad espectral dentro de la materia. Quizás las partículas elementales se comportan de forma tan disparatada precisamente porque están hechas de-mente. En este sentido todo lo que vemos, eso que está supuestamente allá afuera, es parte de nuestra mente (la mente del universo). La piel no nos divide del mundo.

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